¿QUÉ ES LO GENUINAMENTE HUMANO?
“No existe esa pura naturaleza humana como para decir si
somos genuinamente de una manera o de otra, tratando de despojar al ser humano
de su situación política, histórica y social. No podemos concebir al hombre sin
ello, pues al formar parte de la realidad, el ser humano existe y existió
cuando ya existía el tiempo, lo que nos hace ver que nunca podremos ignorar el
factor HISTORIA.” –Esther Serrano.
1. ¿Un ser racional?
Aristóteles
pensó que lo que caracteriza al hombre y permite diferenciarlo de los demás
seres es el “lógos”, que tiene un doble significado: razón y lenguaje. Así, mediante este elemento, podemos
comunicarnos y conocer el mundo. El lógos nos sitúa en una posición intermedia
entre bestias y dioses, y somos por poseerlo, superiores a los animales.
No
obstante, Friedrich Nietzsche dice que la razón es una enfermedad con la que
nos toca lidiar a los seres humanos: somos la rareza del universo. Este
filósofo acusaba a Aristóteles y a Platón de destructores del equilibrio
apolíneo-dionisíaco, pues al buscar definiciones universales de las cosas,
intentando racionalizarlo todo, ignoraban el devenir, que es la vida misma.
¿Podemos
decir que lo que define al ser humano es que es un ser racional, como dijo
Aristóteles? ¿O acaso la razón es en realidad una enfermedad, como dijo
Nietzsche?
No podemos desentendernos del “lógos”, le doy la razón a
Aristóteles cuando dice que es el instrumento que nos permite conocer el mundo,
pues solo con los sentidos sin valernos de la razón, nos sería insuficiente.
Sin razón no nos haríamos preguntas, no existiría la filosofía, ni la lógica;
seríamos esclavos de los impulsos biológicos, sin poder elegir si los seguimos
o no.
Sin embargo, siguiendo a Zubiri, somos una unidad entre
razón y sentidos: la razón no funciona aislada. No hay, por tanto, que hacer de
ella un tirano, como diría Nietzsche. Somos más que razón: en nosotros hay
pasión, hay locura, anhelo, creatividad, miedo…
La razón no es una enfermedad: aunque es cierto que a
través de ella creamos nuestra propia ficción en la que ciegamente creemos,
olvidando muchas veces el dinamismo de todo; no podemos tratar de vivir sin
hacerlo, forma parte de nuestra realidad.
No debemos creernos superiores por ser racionales, es una
cualidad como cualquier otra. Somos un segundo en la historia de la Tierra, una
milésima de segundo en el Universo. ¿A qué se debe esa superioridad si solo
conocemos los seres que habitan en la Tierra? Ya vale de creernos mejores por
nuestra razón. Al fin y al cabo, puede que a miles de millones de años luz, en
este o en otro Universo, haya una partícula, un ente, un descomunal ser, que
posea una “súper razón”.
2. ¿Un ser sociable por
naturaleza o por convención?
Conocemos las definiciones del ser humano de “animal
político” (“pólis”: ciudad) o “animal social” gracias a Aristóteles. Se refería
a que somos los únicos seres que viven en ciudades organizadas socialmente, con
una serie de normas y leyes para convivir, que marcan qué está bien y qué está
mal. Para este filósofo griego, la organización social es inherente a la
naturaleza humana; es decir: somos seres sociales por naturaleza.
Hallamos el contrapunto a esta idea en Thomas Hobbes, John
Locke y Jean-Jacques Rousseau; que imaginan un primer estado de naturaleza
(hipótesis de trabajo) y piensan que la sociedad es producto de un pacto por
conveniencia.
Jean-Jacques Rousseau culpa a la sociedad (concretamente
a la propiedad privada) del egoísmo y de la crueldad del hombre. Imagina una
primera armonía entre naturaleza y hombre, que se rompe al producirse una
escasez de recursos, momento en el que los seres humanos se ven obligados a
unirse para sobrevivir (antes no mantenían entre ellos más que meras relaciones
reproductivas). Todo es idílico hasta que aparece la propiedad privada, lo que
nos lleva a un “pacto social” para no devorarnos unos a otros.
Thomas Hobbes y John Locke imaginaron el estado de
naturaleza como un momento caótico de lucha de unos contra otros (el hombre es
egoísta y agresivo por naturaleza) hasta que el “pacto social” con sus normas y
leyes permiten la convivencia. Hobbes legitima la monarquía absoluta: el orden
existe gracias a ella, gracias al miedo al castigo ante infringir la ley. A
Locke le interesa más que dichas leyes protejan la propiedad privada.
¿Lo
que nos define es que somos sociales por naturaleza, como dijeron Platón y
Aristóteles? ¿O acaso lo somos por conveniencia, como dijeron Hobbes, Locke y
Rousseau?
Considero inapropiado usar una definición universal del
hombre en la que se diga “el hombre es social por naturaleza” o “el hombre es
el animal social”, como decía Aristóteles; pues aunque creo que a un 90% de
nosotros nos vendría dicha definición como anillo al dedo, siempre hay excepciones,
seres asociales. Alejémonos, por tanto, de los tópicos.
Sin embargo, como ya he dicho, es cierto que la mayoría
de nosotros somos esencialmente sociales: necesitamos de los demás para
aprender, para que afloren ciertas emociones en nuestro interior, para crecer
como personas (ser solidarios, generosos, saber escuchar…). Necesitamos de los
demás porque el completo aislamiento podría robarnos la cordura.
En cuanto a Hobbes, Locke y Rousseau, opino que han
empleado sus hipótesis del estado de naturaleza con vistas a justificar ciertos
comportamientos humanos.
En este sentido, coincido con Hobbes en que sin autoridad
se desataría el caos, pues la convivencia muchas veces se da solo porque
conviene evitar el castigo ante incumplir una norma. Así justificaríamos que
los males del hombre queden en múltiples ocasiones parcialmente aplacados por
la ley.
No obstante, una explicación a la existencia de la bestia
de nuestro interior, es la que Rousseau propone, culpando a la sociedad, a la
propiedad privada (no iría desencaminado cuando hemos matado por un poseer un
trozo de tierra). Y hoy mismo, vemos que la sociedad (cultura, política, religión,
familia, educación, entorno…) incide de tal modo sobre nosotros que puede
determinar en gran medida nuestra forma de ser, tanto para bien como para mal.
Con todo, pienso que somos tan distintos e irrepetibles
que no creo en una única naturaleza humana, sino que cada uno constituye la
suya propia, como si nuestra naturaleza fuera una balanza de bien y mal que
puede inclinarse más para un lado que para el otro, con infinitud de matices
personales.
3. ¿Un ser condicionado o
determinado?
Jean Paul Sartre defiende que el ser humano es libertad,
que está condenado a ser libre. Piensa que nuestra manera de ser se va
definiendo en base a nuestras elecciones y que siempre disponemos de un margen
de libertad; no podemos eludirla, siempre existen opciones. Según Sartre, la
libertad es nuestro componente esencial y básico.
En cambio, Baruch Spinoza sostiene que la libertad humana
es una ficción, pues aun cuando creemos actuar libremente, no sabemos
determinar todas las causas que nos han llevado a comportarnos de ese modo. Si
pudiésemos conocer con precisión todos esos motivos y estímulos que afectan a
una persona, sabríamos con claridad sus elecciones. Estamos determinados, no
tenemos libertad para elegir.
¿Es
la libertad lo que nos define como seres humanos, como dijo Sartre? ¿O la
libertad es una ficción, como dijo Spinoza?
Como ya decía Kant, el conocimiento humano tiene límites.
La libertad es una respuesta ante una laguna de
desconocimiento: como ni siquiera nosotros mismos podemos conocer todas las
razones y estímulos que inciden en nosotros y nos llevan a elegir algo, decimos
que hemos tomado esa decisión con libertad, nos creemos libres, cuando en
realidad lo que ocurre es que, siguiendo a Spinoza: somos ignorantes de cada
una de las causas de elección.
A pesar del omnipresente determinismo, muchos estímulos o
causas ante una elección son tan repentinos que incluso nuestras reacciones en
un momento dado podrían sorprendernos. Nunca podremos asegurar cómo va a
reaccionar alguien, cualquier factor repentino podría afectarle en la milésima
de segundo previa a su reacción y rompernos los esquemas del comportamiento que
esperábamos presenciar. Esto es: somos impredecibles, pero no libres.
Por otra parte, nunca elegimos qué sentir, qué pensar. Pongamos
el ejemplo de que estoy en un mi casa con un amigo y digo la palabra “río”, lo
cual hace que él se imagine un río, sin elegir imaginárselo. De igual modo, yo
desconozco cuál ha sido el estímulo que me ha llevado a decir “río” y no
“montaña” o “libro”. Se nos escapa ese algo que ha determinado el rumbo de
nuestras mentes, y como desconocemos qué nos ha hecho esclavos de ese
pensamiento, decimos que hemos pensado con libertad, pero esta no existe. De la
misma manera, tampoco somos libres para elegir qué sentimos. Simplemente lo
sentimos y ya está.
Como decía Spinoza,
la libertad humana es una ficción, pero parece que se nos hace necesario
creer en ella, del mismo modo en que necesitamos pensar que todo tiene un por
qué o que es fiable nuestro sistema de
conocimientos establecido.
Necesitamos creernos libres porque el determinismo da
miedo, aterra pensar que la libertad no existe, ese término solo plagado de
connotaciones positivas.
Para acabar, juntando las palabras de Sartre y Spinoza,
podría construir mi propia sentencia: Estamos condenados a creer en una ficción
que llaman libertad.
4. ¿Un ser frágil pero que tiene
dignidad?
El ser humano es el único ser consciente de su inevitable
destino: la muerte, que todo lo iguala. Por ello, Platón dice que la filosofía
es una “preparación para la muerte”, haciendo así que nuestra vida cobre
importancia al saber que es limitada.
El pensador Immanuel Kant, defiende que lo que nos
diferencia del resto de seres es la indiscutible singularidad de cada individuo
de la raza humana. Califica con el nombre de dignidad a esta cualidad
diferenciadora. Los seres irracionales pueden ser medios, pero el ser humano
debe ser respetado: tiene valor absoluto.
¿Es
acaso la consciencia de que vamos a morir lo que nos define como personas? ¿O
es nuestro carácter único e irrepetible, como dijo Kant?
La consciencia de nuestra muerte no podría servir para
definirnos porque su existencia viene dada por la de la razón. Si tuviéramos
que hacer una lista de qué nos define como personas, estaría encabezada por el
derecho a la dignidad (aunque no siempre se respete), seguida por los
sentimientos (empatía, euforia, tristeza, solidaridad…), seguida por la
equivocación (aun creyéndonos en lo cierto podría nuestra base de conocimientos
estar contaminada de errores), por la racionalidad… En esta racionalidad entra la
consciencia de muerte.
Aunque sí que coincido con Platón en que la conciencia de
muerte proporciona una mayor importancia a la vida. Si mientras vivimos no
supiéramos que vamos a morir, ¿dónde quedan las preguntas metafísicas del más
allá? ¿Y quién se esforzaría por aprovechar y saborear cada instante, creyendo
siempre el mañana asegurado? ¿Quién se impacientaría por alcanzar sus metas si
piensa que tiene un tiempo infinito para llegar a ellas? Por lo tanto esta
conciencia, aunque no nos defina, determina una parte de nuestra forma de ser y
actuar.
Por otro lado, como Kant dice: tenemos un carácter único.
Por muchas cosas que tengamos en común, la existencia de la infinitud de
particularidades que nos diferencian unos de otros se ha de tener en cuenta a la
hora de hacer una aproximada definición de qué es ser persona.
Por supuesto, coincido en que tenemos valor absoluto.
Reitero que TODA persona merece dignidad y debe ser respetada. No obstante,
para Kant, las vidas de los animales sí que tienen precio. En mi opinión, en
realidad el valor absoluto es igual tanto para animales como para personas:
todo ser vivo vale lo mismo. Lo que ocurre es que, el ser humano, en la
posición soberana concedida por la razón, emplea a muchos seres irracionales
como medios, por puro egocentrismo: para sobrevivir, progresar o satisfacer
necesidades secundarias.
5. ¿Un ser que es cuerpo y alma?
La postura dualista de Platón sostiene que somos cuerpo y
alma, siendo más propia del hombre esta última. El cuerpo sufre cambios mientras
que el alma es inmutable e inmortal. Así, el cuerpo es la cárcel del alma y la
muerte es su liberación. Hay que intentar que el alma no se contamine de los
impulsos e instintos del cuerpo.
Aristóteles pensó que alma y cuerpo son una unidad
indisoluble. Asimismo, Gabriel Marcel defendía que los seres humanos son “espíritus encarnados”:
poseemos una dimensión subjetiva completamente privada. Gracias al cuerpo podemos establecer
relaciones con otros.
Por otra parte, el filósofo español Pedro Laín Entralgo
entiende al ser humano como una estructura, como un todo, en el cual alma y
cuerpo se interrelacionan. Con respecto a la muerte, pensó primero que con ella
todo lo que es el ser humano desaparece y después, apoya la trascendencia del
alma (que no se agota en el cuerpo).
¿Somos
cuerpo y alma? ¿O somos una unidad indisoluble? ¿Somos "espíritus
encarnados”? ¿O acaso somos estructura?
Empezaré diciendo que no apoyo el dualismo de Platón, al
separar al alma del cuerpo y pensar en la muerte como el momento de apoteosis,
pues el alma se libera. Si fuera así: ¿qué importancia tendría la vida? Además,
coincido con Nietzsche en que Platón se equivoca al condenar la materia, los
deseos, el instinto, el devenir: la vida.
Por otro lado, coincido con Gabriel Marcel: tenemos una
dimensión subjetiva absolutamente privada y gracias al cuerpo, provisto de
sentidos, podemos relacionarnos con los demás y con el mundo. Así, ambas
dimensiones se entrelazan e interrelacionan: somos estructura, resultante de la
suma de esa doble dimensión corporal y anímica.
Entonces, retomando el insistente tema de la muerte, yo
creo que la existencia humana es trascendente. Me niego a pensar que todo lo
que somos desaparece al morir. Si por ejemplo, yo muriera, imaginemos que toman
mi ADN, mis experiencias vividas, mis gustos y mis pensamientos. No podrían
concebirme de nuevo. Faltaría algo. Ese “algo”, no se recicla como la materia,
por lo que no se puede destruir.
Con respecto a esa trascendencia de mi alma, no sé qué
ocurriría, no sé dónde queda su destino tras el fin, dónde queda más allá. Aun
así me aventuro a hacer una propuesta:
Quizá como nuestra naturaleza es una balanza de bien y
mal, su grado de inclinación determinará cómo será la nueva vida de nuestra
alma. Por eso, todas las personas que han sufrido un paro cardíaco y han
regresado a la vida después, narran ciertas experiencias. Desagradables las de
unos pocos, una luz brillante para otros. Entonces, quizá la nueva vida del
alma sea un estado de trance sujeto a estas nuevas experiencias, en alguna otra
dimensión inalcanzable a la experiencia sensible.