FILO Nietzsche. Resúmenes aforismos.
CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS
El problema de Sócrates
1
Desde que nace la sabiduría, la
razón, los muy sabios siempre han negado la vida, la han despreciado, dudando y
preguntándose por ella, por su sentido, en vez de vivirla. De ahí la melancolía
y hastío derivados de reflexionar en lugar de experimentar y vivir.
Incluso Sócrates, nos cuenta
Nietzsche, reconoce con sus últimas palabras que su vida no ha sido más que una
enfermedad. Pero más que examinar la vida, lo que deberíamos hacer es examinar
la actitud ante esta de este filósofo y otros muchos más, que conforman ese irónicamente
llamado ‘consensus sapientium’.
Introduce así al final la idea
más importante: la decadencia de los sabios. Es decir, la debilidad de su
voluntad de poder, la cual solo les posibilita sobrevivir oponiéndose a la
vida. Por tanto, el razonamiento huele a decadencia, ‘a carroña’.
2
Comienza Nietzsche su crítica a
la razón desprestigiando a Sócrates y a Platón, calificados como
‘síntomas-de-decaimiento’, causantes, por tanto, de la enfermedad que asola
Occidente. Fueron ellos los que rompieron con el equilibrio apolíneo-dionisíaco
que imperaba en la antigua Grecia. Así, ellos, como ‘pseudogiergos’, como
falsos griegos exaltaron todo lo apolíneo (lo racional), rompiendo ese
equilibrio y dándole la espalda a la vida.
Que ellos dos simpatizaran en sus
ideas, dice Nietzsche, no demuestra que tuvieran razón, sino que ambos tenían
una voluntad de poder débil, y por eso los dos se vieron obligados a adoptar
‘la misma actitud negativa ante la vida’, negando el devenir.
Así, sus valoraciones sobre la
vida que hacían no podemos decir que fueran verdaderas ni tampoco falsas, pero
sí que podemos deducir a partir de ellas su actitud vital, la cual es débil
puesto que valoran la vida y se preguntan por ella y no la viven.
Por eso, los juicios sobre la
vida solo muestran falta de sabiduría, de ahí que califique a muchos grandes
sabios de decadentes.
3
Se centra a continuación en
Sócrates: un ‘plebe’ (se refiere a su inexistente fuerza de carácter) de
aspecto horripilante, lo que lo convierte en decadente fisiológicamente y le
lleva a ser incapaz de experimentar la vida.
Además de repetir que era un
falso griego, dice estar de acuerdo con los criminólogos de su época, que
pensaban que un monstruo por dentro, también lo es por fuera. Nietzsche insulta
directamente a Sócrates: es un criminal, es feo, es decadente.
Su deformación fisonómica
conlleva a una deformación moral, que lo acerca a ‘malos vicios y apetitos’,
como tal criminal que es.
4
Empieza criticando el desorden de
los instintos en Sócrates, ya que piensa que dejarse llevar por ellos de manera
irrefrenable es muestra de una débil voluntad de poder. Ha de haber instintos
apolíneos que conduzcan los dionisíacos.
La superfetación o abuso de la
lógica es un síntoma de la decadencia de Sócrates, ya que la establece como
única opción y la extiende a campos donde no tendría que aplicarse. Con
‘malignidad-de-raquítico’ describe la raquítica y limitada imagen que ofrece
Sócrates aplicando su razón y sus conceptos a nuestro mundo tan diverso.
A continuación se refiere con un
tono satírico al ‘demon’ de Sócrates, una voz interior que aconseja en momento
de duda, de ahí las ‘alucinaciones-auditivas’ que se toman demasiado en serio.
Pero además, este filósofo griego no paraba de buscar en todas partes ‘segundas
intenciones’, verdades escondidas en realidad inexistentes.
Por último alude al
intelectualismo moral: razón=virtud=felicidad para romper con él diciendo que
se contrapone a la antigua civilización helena. ¿Dónde queda lo dionisíaco?
5
Aparece gracias a Sócrates la
dialéctica, un instrumento que del cual él, que tiene una voluntad de poder
débil, se servirá para quedar por encima de la ‘aristocracia’ (formada por
aquellos con una voluntad de poder superior a él, y por tanto, objeto de su
envidia).
Antes no se empleaba la
dialéctica porque se advertía de su peligro como posible herramienta de
demagogia y porque, en realidad, lo que es verdad no necesita ser respaldado
con argumentos, ya que la verdad se ve por sí misma. Por eso dice que ‘es poco
valioso lo que tiene que ser demostrado’.
Han de darse órdenes, no razones.
Al principio el dialéctico no era más que un payaso, hasta que Sócrates fue el
primer ‘gracioso que se hizo tomar en serio’ (el principio del enaltecimiento
de la razón).
6
Se recurre a la dialéctica como
última opción, cuando no queda nada. Es lo menos práctico, pues no se llega con
ella a ningún sitio, solo ‘despierta desconfianza’. Cuando dos personas debaten
por tener ideas contrarias lo mismo se habrá conseguido al final que al inicio
del debate: nada.
Si se tiene una voluntad de poder
fuerte, no hay por qué sucumbir a la dialéctica, es un arma para moribundos,
una opción desesperada, propia filósofos decadentes como Sócrates.
7
La dialéctica socrática, se
compone de dos fases: ironía y mayéutica. La primera de ellas según Nietzsche
es un instrumento de venganza ante su ‘resentimiento-plebeyo’, es decir, es su
arma para poner en ridículo a aquellos que son mejores que el (aristócratas),
que tienen una voluntad de poder más fuerte. Por tanto, su dialéctica no se
explica por el deseo de hallar la Verdad sino por el afán de venganza.
Sócrates en esta fase de la
ironía hacía preguntas a los jóvenes con el fin de que ellos reconocieran su propia
ignorancia. Les encarga entonces la tarea de razonar para que demuestren no ser
idiotas.
El dialéctico ‘priva de potencia
al intelecto de su adversario’, hace que muchos sucumban al juego de la razón,
demostrando estos la debilidad de su voluntad de poder.
8
Sócrates fascinaba a la sociedad
de Atenas: había creado con la dialéctica una nueva competición (debates para
ver quién tenía razón) que se popularizó muchísimo. Introdujo así ‘una variante
en la modalidad griega de lucha entre los jóvenes y adolescentes’. Por eso
Nietzsche dice que Sócrates fue un erótico: sedujo a muchos con su dialéctica.
Pero además en esta calificación hace alusión a una obra de Platón, en la que
cuenta que Eros (dios del amor y de la atracción sexual) era hijo de Poros (el recurso)
y Penia (la pobreza). Se identifica así a Sócrates con Eros, por ser ‘ansioso
de sabiduría y sagaz’, ‘encantador y sofista’, como escribió Platón.
9
Sócrates era consciente de que
Atenas estaba entrando en decadencia y se aprovechó de ello. Comprendió que iba
a ser necesitado para ofrecer su cura, su truco personal, ya que los instintos
en todas partes estaban manifestándose de modo desenfrenado: ‘en todas partes
se estaba a dos pasos del exceso’.
Entonces el filósofo ofrece su
cura: un contratirano más fuerte (la razón) que domine al tirano (impulsos y
malos apetitos). Así dice ser dueño de sí mismo y la falsa cura se generalizó.
Resulta que el remedio es peor que la enfermedad (y también la raíz de la
cultura occidental, que por eso está enferma).
10
Sócrates y aquellos que siguieron
su ejemplo (‘sus enfermos’) se sirvieron de la razón como remedio para librarse
de la tiranía de los instintos, pero eso fue mucho peor: no eran ‘libres de ser
racionales’. Dado la debilidad de su voluntad de poder y no saber aprovechar
los instintos, o bien eran ‘absurdamente racionales’ para sobrevivir o
sucumbirían.
Culpa a Platón de la moral griega
contaminada como producto de la razón y del aprecio por la dialéctica. La
filosofía de este es solo una imitación de Sócrates (simpatiza con su
intelectualismo moral, entre muchas otras ideas) contra los impulsos naturales.
Estos son oscuros como el interior de la cueva del mito de la caverna, así que
serán combatidos mediante la ‘luz diurna’ (razón) que ve el prisionero cuando
es liberado y comienza a ascender una escarpada cuesta que simboliza el camino
hacia el verdadero conocimiento. ‘Toda concesión a los instintos, a lo
inconsciente’ (a lo fisiológicamente natural) supone un retroceso en esa
subida, ‘conduce hacia abajo’, hacia el oscuro interior de la caverna.
11
Jugando a ser el médico de
Atenas, Sócrates cometió un grave error. Todos los que apostaron por la razón
no hicieron otra cosa que autoengañarse, ya que se sirvieron de ella para salir
acabar con la decadencia, con la anarquía de instintos, porque no podían poner
solución ellos mismos con sus propias fuerzas, lo que sí que es síntoma de una
profunda decadencia. Entonces se hicieron creer a sí mismos que habían acabado
con ella. Sin embargo, la realidad es que alteraron su expresión, pero no la
erradicaron.
Todas las morales que derivan
desde entonces, como la moral cristiana, no son más que diferentes formas de
enfermedad. El precio a pagar por la racionalidad es una ‘vida lúcida, cauta,
consciente, sin instinto’, en definitiva, una enfermedad que consiste en negar
la vida. Combatir los instintos ‘es la fórmula de la decadencia’, mientras que
la de la felicidad es: felicidad=instintos.
12
¿Llegó Sócrates a comprender su
error, su autoengaño? –se pregunta Nietzsche. A continuación afirma que este
filósofo en realidad quería morir. Al darse cuenta de su fallo (o quizá para
convertirse en mártir) provocó su propia condena, ya que rechazó el plan de
escape que sus discípulos le habían preparado. Por eso, ‘él se dio a sí mismo
la copa de veneno, él obligó a Atenas a darle la copa de veneno’. Su muerte fue
un suicidio y el verdadero médico para Sócrates, que estuvo enfermo mucho
tiempo, siendo ‘absurdamente racional’ y dándole la espalda a la vida
(instintos).
La ‘razón’ en la filosofía
1
Comienza Nietzsche caracterizando
a los filósofos: no toman en cuenta la historia y odian el devenir. Ellos hacen
momias de las cosas (de ahí su egipticismo) cuando las desarraigan de la
historia y las consideran ‘desde la perspectiva de lo eterno’, tomándolas como
universalmente válidas para cualquier momento histórico, lo cual es un error
porque con el transcurso del tiempo todo cambia.
Los filósofos no han hecho nada
útil, sino manejarse con ‘momias-conceptuales’, porque eran unos idólatras de
los conceptos. Es decir, se servían de estos para momificar la realidad
ignorando todo cambio.
Todo lo natural (la muerte, el
cambio, la procreación…) es despreciado por estos filósofos, que solo
consideran verdadero aquello que no deviene. ‘Lo que es no deviene; lo que
deviene no es…’ –parafrasea Nietzsche a Parménides.
Sin embargo, mientras ignoran
aquello que existe y que es la base de la vida misma, creen, ‘incluso con
desesperación’ en el ‘ente’, en el ser, en la esencia. Pero como no pueden ni
siquiera percibirla, culpan de ello a los sentidos, que califican de engañosos
y les alejan de lo ‘verdadero’. Por tanto la solución que proponen es ignorar
los sentidos, el cambio y la historia.
Muchos filósofos además mencionan
la existencia de un ser divino superior, por lo que son los creadores del
‘monóto-teísmo’, ya que caen en la monotonía al presentar un ser eterno.
Pero sobre todo destaca en muchos
filósofos la condena al cuerpo, que al estar tan ligado a los sentidos, no es
para ellos otra cosa que el instrumento del error, el obstáculo al verdadero
conocimiento. No obstante, por mucho que desprecien al cuerpo y a sus instintos
y apetitos, es lo único real y por eso no pueden deshacerse de él.
2
Nietzsche, en su crítica a los
filósofos presocráticos, separa a Heráclito, que tampoco confiaba en los
sentidos pero por motivos diferentes a Parménides de Elea y sus seguidores, que
los rechazaban porque muestran multiplicidad y cambios.
Heráclito, creyendo como
Nietzsche que el ser o esencia no es más que ‘una ficción vacía generada por la
razón’ y que ‘todo cambia, nada permanece’, no confía en los sentidos porque le
muestran objetos estables y no el cambio y el devenir constante que caracteriza
a la realidad. En este sentido, Nietzsche afirma que los sentidos no mienten
‘como creen los eleatas ni como creía él’. Simplemente no mienten, siendo la
mentira resultado de interpretar mediante la razón lo que nos ofrecen. De ahí
derivan ficciones como el mismo concepto de cosa, permanencia o sustancia. Por
eso concluye diciendo que el mundo que la mayoría de filósofos consideran
aparente es el único real; mientras que el que consideran verdadero es una
mentira generada por la razón.
3
Los sentidos no eran considerados
por los filósofos por igual. Nietzsche elogia al olfato precisamente porque
nadie lo había hecho antes. Frente a este sentido que nos recuerda a nuestra
parte más animal, Platón enaltecía la vista, siempre utilizada en sus metáforas
y entendiendo que ver las cosas claras y mirar hacia arriba significaba
acercarse a la Verdad.
No tiene sentido despreciar a los
sentidos porque todo razonamiento científico tiene su origen en ellos. Aunque
la interpretación de aquello que nos ofrecen hacen llegar a teorías científicas
ficticias. Pero existen otras ciencias, que ni siquiera toman referente alguno
en la realidad. Por una parte están la metafísica, teología, psicología… y por
otra, la lógica y la matemática. Los mundos inventados que han generado unas y
los signos y números que emplean las otras no tienen nada que ver con nada
real.
4
Otro defecto que comparten muchos
filósofos es ‘confundir lo último y lo primero’. Lo primero para Nietzsche son
los sentidos porque es lo más cercano que tenemos a la auténtica realidad. Los
filósofos confunden lo último y lo primero porque ponen a los sentidos en
último lugar, los menosprecian y los consideran engañosos.
Y toman como lo primero, como
verdadero, lo que en realidad es lo último, lo inventando, lo falso: conceptos
vacíos que ellos tratan con validez universal. Cuando filosofan parten de algo
que deciden considerar superior y que por ello no puede haber sido origen de
nada inferior ni de la nada, solo puede proceder de sí mismo. Ante esta
determinante causalidad por la que se rigen, niegan ‘la procedencia desde algo
distinto’. Para ellos todos los ‘valores supremos’, son causas de sí mismos (el
Ser, el Bien, la Verdad) y son inmutables. La ficticia creación de estos valores
se extiende hasta dar lugar al concepto ‘Dios’, que es el mayor alejamiento de la
realidad: ‘lo más vacío es puesto como lo primero’.
Manifiesta en la conclusión
Nietzsche con un tono exclamativo su descontento con la humanidad, que se ha
creído todas las ficciones de los enfermos (enfermos por ser ‘absurdamente
racionales’) y que además ‘lo ha pagado caro’, ya que se ha sumado a condenar
los instintos y lo sensible.
5
Comienza Nietzsche criticando a
los filósofos que consideraban que hay un error en el cambio, que oculta lo que
ellos consideran verdadero. Hoy seguimos ‘enredados en las mallas del error’,
porque nuestra cultura occidental es producto de aplicar la razón defendida por
estos filósofos que despreciaban lo cambiante, la cual nos ha llevado a crear
conceptos (unidad, identidad, permanencia…) sin los que no podríamos vivir
porque nos hacen la vida más fácil. Por eso necesitamos la razón, aun sabiendo
que es un error.
Compara esta confianza en el
error (razón) que deriva en crear conceptos; con las recurrentes expresiones
para referirse al movimiento del sol (el sol se pone, sale…) aunque sabemos que
no describen la realidad, que el sol no gira a nuestro alrededor aunque esa sea
la apariencia que nuestro ojo percibe.
Así, a través de la razón, caemos
en el fetichismo del lenguaje: creamos conceptos y rendimos culto a ellos como
si fueran lo único verdadero, cuando lo cierto es que no reflejan nada de la
realidad, son solo ficciones inventadas cuyo fin es facilitarnos la vida.
De esta manera, empleamos siempre
el concepto ‘yo’, pero en realidad cada vez que lo usamos no somos los mismos
porque el mundo es puro devenir. En este sentido, también el término ‘cosa’
acota la realidad, ya que para todo nos sirve: un mismo término para realidades
tan diferentes y diversas.
Por otra parte, el verbo ‘ser’,
lo tenemos tan interiorizado que apenas podemos prescindir de ello. Nos llega
desde los presocráticos: Parménides entendió el ‘ser’ como causa (ahí otro
concepto inventado, con el que se pretende dar una explicación lógica a la
realidad, que precisamente es caótica y carece de esta). Con Descartes también
se comete este error: la concepción del ‘yo’ más ‘ser’ deriva en ‘Pienso, luego
soy’ y términos como ‘facultad’ no reflejan nada vivo, nada real.
En la Ilustración se continúa por
el mismo camino: la confianza en la razón y en que la Verdad no puede proceder
de la realidad sensible, pues los sentidos nos engañan.
Otra de las ficciones derivadas
de la metafísica es la creencia (apoyada por Platón, los pitagóricos y en la
India) en la procedencia de un mundo divino (para ellos verdadero) al ser los
únicos seres racionales. Incluso Demócrito, que al contrario de los eleatas,
tenía una concepción materialista del ser humano, cayó en las redes el lenguaje
depositando su confianza en el término ‘átomo’.
En conclusión, Nietzsche denuncia
cómo la metafísica y la gramática, que son consecuencia del uso de la razón,
nos imposibilitan librarnos de ‘Dios’. Es decir, librarnos de la religión, de
los valores morales y de la falsa visión de la realidad que hemos inventado
mediante el lenguaje y en la que tan ciegamente creemos.
6
Nietzsche en este aforismo expone
cuatro tesis. Así, al mismo tiempo que aclara sus ideas, provoca contradicción:
bien por usar el leguaje y afirmar que su fin es facilitar la comprensión,
después de haber criticado al lenguaje y al raciocinio; o bien porque nuestra
cultura podría ser contraria a su interpretación.
Así, en su primera tesis afirma
que solo hay un único mundo verdadero, del único que podemos tener testimonio,
gracias a los sentidos. Nada más allá del mundo sensible puede ser demostrado,
por lo que sería una invención.
En su segunda tesis, denuncia el
dualismo ontológico derivado de la metafísica. Los filósofos-momia (Sócrates,
Platón…) han inventado mundos que han hecho pasar por verdaderos, ‘a partir de
la contradicción con el mundo real’. Esto es: si el mundo real es devenir,
crean un ‘mundo superior’ caracterizado por la estabilidad.
Continúa Nietzsche en su tercera
tesis alegando la inutilidad de inventar estos mundos metafísicos, a no ser que
estemos dominados por ‘un instinto de calumnia, de empequeñecimiento…’. Es
decir, a no ser que estemos llenos de impulsos contrarios a la vida y queramos
despreciarla, vengarnos de ella venerando un mundo inexistente e ignorando los
estímulos reales que se nos presentan. Pero estos impulsos antivitalistas no
son naturales, sino que son propios de quienes no pueden lidiar con la realidad
cambiante por poseer una voluntad de poder débil.
En la cuarta proposición la idea
principal es que mediante este dualismo ontológico en el que se toma al mundo
verdadero por ‘aparente’ y al inventado como real, los filósofos y las
religiones evidencian su decadencia.
Por último, el filósofo defiende
a los artistas, porque aunque creen copias de la realidad aparente, no
pretenden hacer de su interpretación un tirano como la metafísica hace con sus
mundos. ‘El artista trágico no es ningún pesimista’ –nos dice. Quiere decir que
no niega la vida ni la limita: el arte da cabida a múltiples interpretaciones y
perspectivas, todas igual de verdaderas o falsas. El artista es creación, por
eso dice ‘sí incluso a todo lo problemático’, porque acepta el fluir de nuestro
mundo. El artista ‘es dionisíaco’, al contrario que los ‘absurdamente
racionales’: representa la pasión, el desorden, el placer…
Cómo el ‘mundo verdadero’ acabó convirtiéndose en una fábula
Historia de un error
1
‘El mundo verdadero, alcanzable
para el sabio, el piadoso…’ (l.1) del que habla Platón no es en realidad verdadero,
sino una mentira. Platón, con su dualismo ontológico y epistemológico distingue
el mundo de las Ideas del sensible. Este mundo inteligible compuesto por las
Ideas estables y eternas ofrece para él, al contrario que para Nietzsche, el
verdadero conocimiento. Por eso, considerando Platón que ha visto la Verdad en
aquel mundo ‘superior’ y que su educación, por haber estado orientada hacia
este, ha sido adecuada, se proclamará guía y mentor para que todos sigan sus
pasos. ‘Yo, Platón, soy la verdad’(l.4-5) –ironiza Nietzsche.
2
El cristianismo también nos habla
de un mundo ‘verdadero superior’: ha tomado el mundo de las Ideas de Platón
gobernado por la Idea de Bien para transformarlo en el cielo gobernado por
Dios. Así, se cristianiza el mundo de Platón, es el ‘progreso de la Idea’ (l.8),
que se hace ‘más inaprensible, -se hace mujer’ (l.9) –nos dice Nietzsche desde
su perspectiva misógina. La idea ‘se hace mujer’ porque el cristianismo
convierte el mundo de las ideas en algo delicado, de difícil comprensión y con
apariencia de Verdad pero sin ser más que un engaño, como son las mujeres para
el filósofo.
3
El error continúa con Kant, que
parece retomar el mundo inteligible platónico con su ‘noúmeno’, que se refiere
a aquello que queda fuera del alcance de nuestros sentidos. Por eso es ‘inalcanzable,
indemostrable…’ (l.10), pero en la medida en la que existe en nuestro
pensamiento podemos consolarnos con él depositando en esa realidad nuestra
seguridad y podemos hacer de ella ‘una obligación’, haciendo que nuestras
acciones y pensamientos giren en torno a ella.
Parecía que Kant daba un paso en
la dirección correcta al reconocer que todo lo que podemos conocer es a través
de los sentidos, pero ‘la idea se ha hecho sublime, pálida, nórdica,
königsberguense’ (l.14). Esto quiere decir que con su ‘noúmeno’ cae en el mismo
error que Platón: hay una realidad superior a la sensible. La Idea se vuelve
así königsberguense, como Kant.
4
Nietzsche nos habla a
continuación del positivismo, una corriente filosófica con la que por fin los
sentidos vuelven a considerarse importantes y fuente de verdad y que no cree en
un mundo más allá de la experiencia sensible. No tiene sentido para esta
corriente la moral y conjunto de obligaciones que han derivado de mundos
desconocidos como el platónico o el cielo cristiano: ‘?a qué podría obligarnos
algo desconocido?’ (l.17-18) No obstante, aunque el positivismo se aleje así de
la tiranía de la razón, no deja de emplearla, lo que Nietzsche considera un
error, ya que el positivismo confía en el método científico, y la ciencia no es
más que otro instrumento de la razón para intentar hacer de la realidad algo
comprensible y generar leyes con pretensión de universalidad.
5
Una vez Occidente haya reparado
en que ha estado venerando un mundo falso, inútil y que por tanto, ‘ni siquiera
es ya obligante’ –porque nadie actúa acorde a él dada su falsedad-, su reacción
será destruirlo (nihilismo activo), eliminando los valores que imponía.
A continuación tendrá la llegada
del ‘día claro’, del nuevo día con nuevos valores, alejados del platonismo y
elaborados por ‘espíritus libres’, hombres creativos dotados de una fuerte
voluntad de poder.
6
Una vez nos hemos desecho del
mundo ‘verdadero’ de Platón de modo definitivo, ‘¿qué mundo ha quedado? ¿quizá
el aparente?’ (l.27) se pregunta Nietzsche. Ni mundo verdadero ni mundo
aparente sino una realidad ante la que caben múltiples interpretaciones igual
de válidas: ‘¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el
aparente¡’ (l.28-29).
Llega el fin de la decadencia, el
‘final del error más duradero’ (l.30-31), llega el superhombre, ilustrado en la
obra ‘Así habló Zaratustra’. Este es creador de sus propios valores, no hay
nada que le imponga una moral ni él impone a nadie la suya. El superhombre es
libertad. Él es el Dios de su mundo.
La moral como contranaturaleza
1
Las pasiones se presentan, al
principio, rebeldes, estúpidas, ‘tiran de sus víctimas hacia abajo’ (l.2-3);
pero con una voluntad de poder fuerte se pueden llegar a dominar y aprovechar.
En esta segunda etapa, ‘las pasiones se casan con el espíritu’(l.4) –dice
Nietzsche. Pero no contemplando esta segunda posibilidad, hace tiempo, se
declaró la guerra a las pasiones, pensando que la única solución ante la
incapacidad de controlarlas era aniquilarlas.
El cristianismo es sin duda el
principal culpable de esta lucha encarnada contra las pasiones. Nietzsche
afirma que: ‘en el Nuevo Testamento, en aquel Sermón de la Montaña en que (…) a
las cosas no se las considera (…) desde lo alto’ (l.9-11). Quiere decir que
aunque Jesucristo estuviera en una posición alta en la montaña no habló de nada
‘alto’ ni a nadie ‘alto, sino a su crédulo rebaño de seguidores. ‘Si tu ojo
escandaliza, arráncalo’ (l.10) –difundía así Jesucristo el remedio de aniquilar
las pasiones. Y se buscaba con ello ‘prevenir su estupidez y las consecuencias
desagradables’ (l.14-15) por no poder controlarlas y temer que estas sean las
que tomen el control de uno, pero resulta que erradicarlas es la verdadera
‘forma aguda de estupidez’.
El cristianismo alude a este
remedio tan estúpido y radical porque es incapaz de concebir la
‘espiritualización de la pasión’, es incapaz de dominarlas. Por eso, la Iglesia
fue en contra de los que poseían una fuerte voluntad de poder y en favor de
aquellos cuya voluntad de poder era débil. Por tanto, si fue en contra de los
inteligentes: ‘¿cómo (…) esperar de ella una guerra inteligente contra la
pasión?’ Su ‘cura’ significa atentar contra la vida misma, es ‘el castradismo’:
condenar las pasiones y apetitos. Así, Nietzsche concluye: ‘la praxis de la
Iglesia es hostil a la vida…’ (l.30).
2
Comienza Nietzsche aludiendo a la
castración y al exterminio, para referirse a la radical represión de los
instintos por parte de quienes tienen una débil voluntad de poder y no se
enfrentan a dichos impulsos porque se ven incapaces de controlarlos y temen que
estos acaben controlándoles a ellos. Como ejemplo menciona a la Trapa, una
orden de monjes que vivían aislados del mundo terrenal.
Esta clase de ‘medios radicales’
(l.7) solo son empleados por ‘degenerados’, débiles que no saben reaccionar
ante las pasiones. En este sentido, la iracunda lucha contra la sensibilidad
(protagonizada por la religión tan criticada por Nietzsche) simplemente
reflejaría la incapacidad de controlar el impulso sexual y el miedo a sucumbir
ante él.
Así, quien más ha condenado a los
sentidos han sido ‘ascetas imposibles’ (l.19) que nunca podrán alcanzar esa
perfección a la que aspiran precisamente por despreciar lo sensible, por tener
una voluntad de poder débil.
3
Comienza Nietzsche con la
espiritualización de las pasiones, como medio para dignificarlas y dejarlas
libres, hay que vivir aprovechándolas. ‘La espiritualización de la sensualidad
se llama amor: ella es un gran triunfo sobre el cristianismo’ (l.1-2), el cual
condena al erotismo, impone el amor a Dios y a los demás como obligación y no
entiende de espiritualizar las pasiones. Por eso tampoco puede entender la
‘espiritualización de la enemistad’: mientras la Iglesia desea acabar con sus
enemigos, aquellos que tienen una voluntad de poder fuerte se recrean en ellos,
porque suponen una fuente de fuerzas contra las que nadar contracorriente e
incrementar así su voluntad de poder. Por eso Nietzsche ve ‘provecho en que la
Iglesia subsista’, es un enemigo que le hace crecer. También esto es aplicable
a la política: ‘solo en la antítesis se siente necesario’ (l.15), solo en los
partidos opuestos se encuentra el incentivo necesario para luchar. ‘Solo se es
fecundo al precio de ser rico en antítesis’. Esto quiere decir que solamente
nuestra voluntad de poder podrá crecer mientras estemos activos, luchando
contra algo; pues en cuando encontramos la ‘paz del alma’ tan perseguida por el
cristianismo, nos convertimos en seres pasivos y acomodados (no crece nuestra
voluntad de poder). A continuación pone Nietzsche varios ejemplos de
situaciones que puedan conducir a una ‘paz de alma’: un pintor que por fin
acaba su obra, la comprensión algo ‘tras una tensión y tortura prolongadas’ (l.39),
la satisfacción tras saciar un capricho, ‘una digestión feliz’… La ‘paz de
alma’ significa descanso y rendición, pues la vida es lucha.
4
La idea principal de este párrafo
es la distinción entre dos tipos de moral: una sana y otra que va contra la
naturaleza.
Nietzsche nos dice que en una
moral sana y natural es aquella que obedece la voz de los instintos; mientras
que ‘casi toda moral que hasta ahora se ha enseñado’ (l.6-7) es antinatural, ya
que condena los instintos en favor de unas normas que nos dicen qué hacer o qué
no, qué está bien y qué está mal. Así, siguiendo una moral ‘contra los
instintos de la vida’ estamos matando a esta última.
Cuando cedemos nuestra voluntad a
la moral, especialmente a la moral cristiana, que ‘dice no a los apetitos’,
estamos despreciando la vida. Dios, que se presenta entonces como enemigo de la
vida, ‘tiene su complacencia en el castrado ideal’ (l.12), en el que reprime
sus instintos hasta tal punto que se convierte en un muerto en vida. Por eso,
Nietzsche concluye: ‘La vida acaba donde comienza “el reino de Dios”…’.
5
La idea principal de este párrafo
es el problema de juzgar la vida, cosa que parte de la razón y ‘encarcela’ y
simplifica la realidad. Las valoraciones no deben ser racionales, sino
intuitivas.
Tras haber expuesto su crítica a
la moral cristiana, nos dice que su ‘rebelión contra la vida’ es ‘inútil,
ilusoria, absurda…’ (l.4). Quien vive y reprime sus instintos, es decir,
condena su vida, solamente muestra un síntoma de cuán débil es su voluntad de
poder.
La moral es inútil, ya que toda
valoración de la vida, para que fuera objetiva, tendría que hacerse desde una
posición externa a la vida, conociéndola tanto como los que la viven. Pero eso
es imposible, al menos para nosotros, puesto que no podemos evitar emitir de
juicios sobre la vida desde un filtro subjetivo del que nunca nos podremos
desprender.
La moral antinatural nos aleja
más aún de la realidad cuando hace a Dios un tirano de sus valores. El rebaño
actúa en consecuencia reprimiendo todo instinto, demostrando su decadencia.
Representan ‘la vida descendente, debilitada, cansada, condenada’ (l.19-20). Están
frustrados, no saben vivir la vida y por eso la niegan, como Schopenhauer,
quien responde con un ‘¡perece!’ ante todo impulso natural.
6
La idea principal es la crítica
al moralista que impone su ética como si fuera la única válida, coartando así la
libertad.
La moral nos condena y nos
limita, viene a decir Nietzsche, ignora ‘la riqueza fascinante de tipos’ (l.3)
de la realidad que cambia constantemente, con sus normas unívocas que nos
obligan a comportarnos de un modo u otro, a ‘ser de tal y tal manera’.
Nietzsche caricaturiza al
moralista: es un ‘mezquino holgazán’ que extiende sus normas a todos, ignorando
los instintos y la individualidad que nos caracteriza. Así, los moralistas
niegan la vida, y pretenden que el ser humano siga sus pasos: ‘lo han querido a
su imagen, a saber, como un mojigato’ (l.15). Además son inmodestos, pues creen
que su moral (‘idiosincrasia-de-degenerados’) es la única válida y no aceptan
las múltiples perspectivas de las cosas.
En contraposición ‘nosotros los
inmoralistas, hemos hecho (…) más extenso nuestro corazón’ (l.21-22) para
aceptar cualquier perspectiva como válida. Los inmoralistas pueden serlo porque
poseen una voluntad de poder fuerte, buscan ‘honor en ser afirmadores’. Es
decir, en gritar sí a la vida y no imponer nada a nadie, porque cada quien es
libre para crear sus valores. Saben aprovechar sus impulsos, que son ‘todo lo
que rechaza el (…) sacerdote, todo lo que rechaza la razón…’ (l.26-27). Los
inmoralistas obtienen beneficio incluso de sus enemigos (moralistas y
sacerdotes), beneficio que se halla en ellos mismos porque se trata del aumento
de su voluntad de poder.
Los “mejoradores” de la humanidad
1
La idea principal que se desarrolla
en este fragmento es el juicio moral como síntoma.
Empieza Nietzsche señalando su
tesis: el filósofo debería de ‘ponerse más allá del bien y del mal’ (l.1-2) -al
mismo tiempo hace alusión a su obra ‘Más allá del bien y del mal’-.
Nos dice que ‘no existen en
absoluto hechos morales’. Esto es: la moral, la cultura, son algo antinatural,
sobreañadido a nuestra vida, que tiene en común con la religión la creencia en
realidades que no existen, pues no hay nada malo ni bueno en realidad, solo es
una interpretación. ‘La moral no es más que una interpretación (…) una mala
interpretación’ (l.6-7), ya que nos hace creer en verdades que no existen y las
impone para que nuestras acciones giren en torno a ellas. Por eso afirma: ‘El
juicio moral (…) no se ha de tomar al pie de la letra (…) lo único que contiene
es absurdidad’ (l.12-13).
Por otra parte, los seguidores de
la moral, la única realidad que revelan es su decadencia, su débil voluntad de
poder. Se unen al rebaño porque ‘no sabían lo bastante para “entenderse”’ a sí
mismos, necesitaban de un lenguaje moral que orientara sus vidas porque ellos
no podían hacerlo por sí mismos.
La moral es un enemigo contra el
que luchar ‘para sacar provecho de ella’, para aumentar la voluntad de poder.
2
El tema principal que el texto
desarrolla es la crítica a la moral cristiana.
La moral se nos ha presentado,
desde el principio de los tiempos, como una herramienta para ‘”mejorar” a los
seres humanos’ (l.2). Pero en este proceso llamado moral encontramos dos
tendencias: la moral de la cría, que es más sana y positiva; y la moral de la
‘doma de la bestia ser humano’ (l.4-5). Nietzsche en este aforismo critica la
segunda, encarnada por el cristianismo:
‘Llamar a la doma de un animal su
“mejoramiento” (l.9) es a nuestros oídos casi una broma’. Quien sabe que los
instintos son el elemento fundamental de toda vida, de todo ser, se dará cuenta
de que amansar a la fiera y arrebatarle sus instintos es debilitarla. Si
aplicamos esto al ser humano, es deshumanizarlo. Además, en este proceso de
‘mejoramiento’, se doma a la bestia ‘con el afecto depresivo del miedo, con
dolor, con heridas…’ (l.12-13), es decir, con nada positivo, sino perpetua
condena de instintos.
¿Cómo se convierte la ‘bestia
rubia’ –vikingo apasionado con una fuerte voluntad de poder- en una ‘bestia
enfermiza’? Mediante el cristianismo. La Iglesia convierte al ser humano en
‘una monstruosidad (…) en un “pecador”’ (l.20-21), privado de libertad y
arrepintiéndose por sentir pulsiones de vida, condenándose a sepultarlas, a
reprimir el componente esencial del ser humano que son los instintos, ante el
miedo a ‘conceptos (…) terribles’, como ‘pecado’ o ‘infierno’.
En la conclusión Nietzsche nos
cuenta que a pesar de haber hecho del ser humano un enfermo al arrebatarle lo
más vital, la Iglesia ‘reclamó haberlo mejorado’ (l.26).
3
La moral de la cría la
protagoniza la religión india con la ‘Ley de Manú’. A continuación Nietzsche
argumentará en favor y después en contra de ella:
Esta religión plantea la división
de la sociedad en cuatro razas o castas: sacerdotes, guerreros, comerciantes y
agricultores y criados. Para Nietzsche esta moral es más digna, más sana que la
moral de la doma cristiana, porque respeta una jerarquía y la propia
naturaleza, aunque no de forma artificial, también las presenta.
Sin embargo, ‘también esta
organización tenía necesidad de ser terrible’ (l.13), pues ante la obsesión de
mantener la pureza de sangre entre las castas mencionadas, un individuo fruto
‘de adulterio, incesto y crimen’ (l.36-37), es decir, cuyos progenitores fueran
de dos razas diferentes, era cruelmente castigado. Se les conocía con el nombre
de chandalas.
Nietzsche hace una lista de las
muchas prohibiciones y castigos que sufrían los chandalas: solo podían comer
ajo y cebollas, y beber agua de ‘charcos y de los agujeros producidos por las
pisadas de los animales’ (l.26); se les prohibía lavarse y ayudarse unas a
otras en los partos; sufrían mutilación genital; solo podían vestir ropa de
cadáveres y escribir con la izquierda y de derecha a izquierda.
Las consecuencias son ‘epidemias
mortíferas, enfermedades sexuales horribles…’(l.33).
En definitiva, la tesis de este
aforismo es que aunque Manú ‘huela mejor’ que el Nuevo Testamento (la moral de
cría es más sana que la de doma), tanto una religión como la otra resultan un
añadido, algo artificial que condena los instintos y que busca imponerse sin
dejar cabida a ninguna otra perspectiva de la realidad.
4
En este aforismo Nietzsche
comprara la moral india y la cristiana.
La primera representa a la
‘humanidad aria, totalmente pura’ (l.2), ya que exalta la importancia de la
pureza de sangre. Califica a los indios de arios porque para él su moral es
superior, más sana. Pero por otra parte, condenar a los chandalas es un error
porque puede derivar en la rebelión de los débiles que imponen una moral
diferente, que es lo que ocurrió con el cristianismo.
La moral cristiana, de origen
judío, es incapaz de concebir la moral de la cría, ya que elimina toda
jerarquía, ‘es la religión antiaria par excellence: (…) es la transvaloración
de todos los valores arios, la victoria de los valores-chandalas…’ (l.11-12).
En resumen, la victoria de los débiles, de los resentidos de la vida. Y aun así
se proclama ‘como religión del amor…’ (l.15).
5
En este aforismo Nietzsche
concluye su crítica a toda la moral, a todos los que se han proclamado
‘mejoradores de la humanidad’.
En primer lugar, si retomamos las
morales de la cría y de la doma que ya hemos expuesto, ambas tienen en común
que se imponen como únicas y obligatorias y que no mejoran sino empobrecen a la
humanidad. Nos quieren hacer creer que predican la verdad desde la propia
mentira, ya que cuando ponen etiquetas como ‘malo’ o ‘bueno’ no hacen
referencia a nada real. Son una ficción, no la verdad que dicen ser. Muchas de
estas mentiras pueden ser piadosas, una convención para facilitarnos la vida;
pero no por ello nos mejoran.
Todos los que han intentado
imponer su moral (Manú, Platón, judíos, cristianos…) lo han hecho, por tanto,
desde la mentira. Por eso Nietzsche concluye: ‘todos los medios con que hasta
ahora se quería hacer moral a la humanidad eran radicalmente inmorales’
(l.12-14). Es decir, no reflejan nada real (son una ficción de la razón, del
lenguaje) y se proclaman ser lo único verdadero, lo único correcto, y por
tanto, de obligatorio cumplimiento.
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