sábado, 22 de agosto de 2020

FILO Nietzsche. Resúmenes aforismos. El crepúsculo de los ídolos.

 FILO Nietzsche. Resúmenes aforismos.

CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS

El problema de Sócrates

1

Desde que nace la sabiduría, la razón, los muy sabios siempre han negado la vida, la han despreciado, dudando y preguntándose por ella, por su sentido, en vez de vivirla. De ahí la melancolía y hastío derivados de reflexionar en lugar de experimentar y vivir.

Incluso Sócrates, nos cuenta Nietzsche, reconoce con sus últimas palabras que su vida no ha sido más que una enfermedad. Pero más que examinar la vida, lo que deberíamos hacer es examinar la actitud ante esta de este filósofo y otros muchos más, que conforman ese irónicamente llamado ‘consensus sapientium’.

Introduce así al final la idea más importante: la decadencia de los sabios. Es decir, la debilidad de su voluntad de poder, la cual solo les posibilita sobrevivir oponiéndose a la vida. Por tanto, el razonamiento huele a decadencia, ‘a carroña’.

2

Comienza Nietzsche su crítica a la razón desprestigiando a Sócrates y a Platón, calificados como ‘síntomas-de-decaimiento’, causantes, por tanto, de la enfermedad que asola Occidente. Fueron ellos los que rompieron con el equilibrio apolíneo-dionisíaco que imperaba en la antigua Grecia. Así, ellos, como ‘pseudogiergos’, como falsos griegos exaltaron todo lo apolíneo (lo racional), rompiendo ese equilibrio y dándole la espalda a la vida.

Que ellos dos simpatizaran en sus ideas, dice Nietzsche, no demuestra que tuvieran razón, sino que ambos tenían una voluntad de poder débil, y por eso los dos se vieron obligados a adoptar ‘la misma actitud negativa ante la vida’, negando el devenir.

Así, sus valoraciones sobre la vida que hacían no podemos decir que fueran verdaderas ni tampoco falsas, pero sí que podemos deducir a partir de ellas su actitud vital, la cual es débil puesto que valoran la vida y se preguntan por ella y no la viven.

Por eso, los juicios sobre la vida solo muestran falta de sabiduría, de ahí que califique a muchos grandes sabios de decadentes.

3

Se centra a continuación en Sócrates: un ‘plebe’ (se refiere a su inexistente fuerza de carácter) de aspecto horripilante, lo que lo convierte en decadente fisiológicamente y le lleva a ser incapaz de experimentar la vida.

Además de repetir que era un falso griego, dice estar de acuerdo con los criminólogos de su época, que pensaban que un monstruo por dentro, también lo es por fuera. Nietzsche insulta directamente a Sócrates: es un criminal, es feo, es decadente.

Su deformación fisonómica conlleva a una deformación moral, que lo acerca a ‘malos vicios y apetitos’, como tal criminal que es.

4

Empieza criticando el desorden de los instintos en Sócrates, ya que piensa que dejarse llevar por ellos de manera irrefrenable es muestra de una débil voluntad de poder. Ha de haber instintos apolíneos que conduzcan los dionisíacos.

La superfetación o abuso de la lógica es un síntoma de la decadencia de Sócrates, ya que la establece como única opción y la extiende a campos donde no tendría que aplicarse. Con ‘malignidad-de-raquítico’ describe la raquítica y limitada imagen que ofrece Sócrates aplicando su razón y sus conceptos a nuestro mundo tan diverso.

A continuación se refiere con un tono satírico al ‘demon’ de Sócrates, una voz interior que aconseja en momento de duda, de ahí las ‘alucinaciones-auditivas’ que se toman demasiado en serio. Pero además, este filósofo griego no paraba de buscar en todas partes ‘segundas intenciones’, verdades escondidas en realidad inexistentes.

Por último alude al intelectualismo moral: razón=virtud=felicidad para romper con él diciendo que se contrapone a la antigua civilización helena. ¿Dónde queda lo dionisíaco?

5

Aparece gracias a Sócrates la dialéctica, un instrumento que del cual él, que tiene una voluntad de poder débil, se servirá para quedar por encima de la ‘aristocracia’ (formada por aquellos con una voluntad de poder superior a él, y por tanto, objeto de su envidia).

Antes no se empleaba la dialéctica porque se advertía de su peligro como posible herramienta de demagogia y porque, en realidad, lo que es verdad no necesita ser respaldado con argumentos, ya que la verdad se ve por sí misma. Por eso dice que ‘es poco valioso lo que tiene que ser demostrado’.

Han de darse órdenes, no razones. Al principio el dialéctico no era más que un payaso, hasta que Sócrates fue el primer ‘gracioso que se hizo tomar en serio’ (el principio del enaltecimiento de la razón).

6

Se recurre a la dialéctica como última opción, cuando no queda nada. Es lo menos práctico, pues no se llega con ella a ningún sitio, solo ‘despierta desconfianza’. Cuando dos personas debaten por tener ideas contrarias lo mismo se habrá conseguido al final que al inicio del debate: nada.

Si se tiene una voluntad de poder fuerte, no hay por qué sucumbir a la dialéctica, es un arma para moribundos, una opción desesperada, propia filósofos decadentes como Sócrates.

7

La dialéctica socrática, se compone de dos fases: ironía y mayéutica. La primera de ellas según Nietzsche es un instrumento de venganza ante su ‘resentimiento-plebeyo’, es decir, es su arma para poner en ridículo a aquellos que son mejores que el (aristócratas), que tienen una voluntad de poder más fuerte. Por tanto, su dialéctica no se explica por el deseo de hallar la Verdad sino por el afán de venganza.

Sócrates en esta fase de la ironía hacía preguntas a los jóvenes con el fin de que ellos reconocieran su propia ignorancia. Les encarga entonces la tarea de razonar para que demuestren no ser idiotas.

El dialéctico ‘priva de potencia al intelecto de su adversario’, hace que muchos sucumban al juego de la razón, demostrando estos la debilidad de su voluntad de poder.

8

Sócrates fascinaba a la sociedad de Atenas: había creado con la dialéctica una nueva competición (debates para ver quién tenía razón) que se popularizó muchísimo. Introdujo así ‘una variante en la modalidad griega de lucha entre los jóvenes y adolescentes’. Por eso Nietzsche dice que Sócrates fue un erótico: sedujo a muchos con su dialéctica. Pero además en esta calificación hace alusión a una obra de Platón, en la que cuenta que Eros (dios del amor y de la atracción sexual) era hijo de Poros (el recurso) y Penia (la pobreza). Se identifica así a Sócrates con Eros, por ser ‘ansioso de sabiduría y sagaz’, ‘encantador y sofista’, como escribió Platón.

9

Sócrates era consciente de que Atenas estaba entrando en decadencia y se aprovechó de ello. Comprendió que iba a ser necesitado para ofrecer su cura, su truco personal, ya que los instintos en todas partes estaban manifestándose de modo desenfrenado: ‘en todas partes se estaba a dos pasos del exceso’.

Entonces el filósofo ofrece su cura: un contratirano más fuerte (la razón) que domine al tirano (impulsos y malos apetitos). Así dice ser dueño de sí mismo y la falsa cura se generalizó. Resulta que el remedio es peor que la enfermedad (y también la raíz de la cultura occidental, que por eso está enferma).

10

Sócrates y aquellos que siguieron su ejemplo (‘sus enfermos’) se sirvieron de la razón como remedio para librarse de la tiranía de los instintos, pero eso fue mucho peor: no eran ‘libres de ser racionales’. Dado la debilidad de su voluntad de poder y no saber aprovechar los instintos, o bien eran ‘absurdamente racionales’ para sobrevivir o sucumbirían.

Culpa a Platón de la moral griega contaminada como producto de la razón y del aprecio por la dialéctica. La filosofía de este es solo una imitación de Sócrates (simpatiza con su intelectualismo moral, entre muchas otras ideas) contra los impulsos naturales. Estos son oscuros como el interior de la cueva del mito de la caverna, así que serán combatidos mediante la ‘luz diurna’ (razón) que ve el prisionero cuando es liberado y comienza a ascender una escarpada cuesta que simboliza el camino hacia el verdadero conocimiento. ‘Toda concesión a los instintos, a lo inconsciente’ (a lo fisiológicamente natural) supone un retroceso en esa subida, ‘conduce hacia abajo’, hacia el oscuro interior de la caverna.

11

Jugando a ser el médico de Atenas, Sócrates cometió un grave error. Todos los que apostaron por la razón no hicieron otra cosa que autoengañarse, ya que se sirvieron de ella para salir acabar con la decadencia, con la anarquía de instintos, porque no podían poner solución ellos mismos con sus propias fuerzas, lo que sí que es síntoma de una profunda decadencia. Entonces se hicieron creer a sí mismos que habían acabado con ella. Sin embargo, la realidad es que alteraron su expresión, pero no la erradicaron.

Todas las morales que derivan desde entonces, como la moral cristiana, no son más que diferentes formas de enfermedad. El precio a pagar por la racionalidad es una ‘vida lúcida, cauta, consciente, sin instinto’, en definitiva, una enfermedad que consiste en negar la vida. Combatir los instintos ‘es la fórmula de la decadencia’, mientras que la de la felicidad es: felicidad=instintos.

12

¿Llegó Sócrates a comprender su error, su autoengaño? –se pregunta Nietzsche. A continuación afirma que este filósofo en realidad quería morir. Al darse cuenta de su fallo (o quizá para convertirse en mártir) provocó su propia condena, ya que rechazó el plan de escape que sus discípulos le habían preparado. Por eso, ‘él se dio a sí mismo la copa de veneno, él obligó a Atenas a darle la copa de veneno’. Su muerte fue un suicidio y el verdadero médico para Sócrates, que estuvo enfermo mucho tiempo, siendo ‘absurdamente racional’ y dándole la espalda a la vida (instintos).

La ‘razón’ en la filosofía

1

Comienza Nietzsche caracterizando a los filósofos: no toman en cuenta la historia y odian el devenir. Ellos hacen momias de las cosas (de ahí su egipticismo) cuando las desarraigan de la historia y las consideran ‘desde la perspectiva de lo eterno’, tomándolas como universalmente válidas para cualquier momento histórico, lo cual es un error porque con el transcurso del tiempo todo cambia.

Los filósofos no han hecho nada útil, sino manejarse con ‘momias-conceptuales’, porque eran unos idólatras de los conceptos. Es decir, se servían de estos para momificar la realidad ignorando todo cambio.

Todo lo natural (la muerte, el cambio, la procreación…) es despreciado por estos filósofos, que solo consideran verdadero aquello que no deviene. ‘Lo que es no deviene; lo que deviene no es…’ –parafrasea Nietzsche a Parménides.

Sin embargo, mientras ignoran aquello que existe y que es la base de la vida misma, creen, ‘incluso con desesperación’ en el ‘ente’, en el ser, en la esencia. Pero como no pueden ni siquiera percibirla, culpan de ello a los sentidos, que califican de engañosos y les alejan de lo ‘verdadero’. Por tanto la solución que proponen es ignorar los sentidos, el cambio y la historia.

Muchos filósofos además mencionan la existencia de un ser divino superior, por lo que son los creadores del ‘monóto-teísmo’, ya que caen en la monotonía al presentar un ser eterno.

Pero sobre todo destaca en muchos filósofos la condena al cuerpo, que al estar tan ligado a los sentidos, no es para ellos otra cosa que el instrumento del error, el obstáculo al verdadero conocimiento. No obstante, por mucho que desprecien al cuerpo y a sus instintos y apetitos, es lo único real y por eso no pueden deshacerse de él.

2

Nietzsche, en su crítica a los filósofos presocráticos, separa a Heráclito, que tampoco confiaba en los sentidos pero por motivos diferentes a Parménides de Elea y sus seguidores, que los rechazaban porque muestran multiplicidad y cambios.

Heráclito, creyendo como Nietzsche que el ser o esencia no es más que ‘una ficción vacía generada por la razón’ y que ‘todo cambia, nada permanece’, no confía en los sentidos porque le muestran objetos estables y no el cambio y el devenir constante que caracteriza a la realidad. En este sentido, Nietzsche afirma que los sentidos no mienten ‘como creen los eleatas ni como creía él’. Simplemente no mienten, siendo la mentira resultado de interpretar mediante la razón lo que nos ofrecen. De ahí derivan ficciones como el mismo concepto de cosa, permanencia o sustancia. Por eso concluye diciendo que el mundo que la mayoría de filósofos consideran aparente es el único real; mientras que el que consideran verdadero es una mentira generada por la razón.

3

Los sentidos no eran considerados por los filósofos por igual. Nietzsche elogia al olfato precisamente porque nadie lo había hecho antes. Frente a este sentido que nos recuerda a nuestra parte más animal, Platón enaltecía la vista, siempre utilizada en sus metáforas y entendiendo que ver las cosas claras y mirar hacia arriba significaba acercarse a la Verdad.

No tiene sentido despreciar a los sentidos porque todo razonamiento científico tiene su origen en ellos. Aunque la interpretación de aquello que nos ofrecen hacen llegar a teorías científicas ficticias. Pero existen otras ciencias, que ni siquiera toman referente alguno en la realidad. Por una parte están la metafísica, teología, psicología… y por otra, la lógica y la matemática. Los mundos inventados que han generado unas y los signos y números que emplean las otras no tienen nada que ver con nada real.

4

Otro defecto que comparten muchos filósofos es ‘confundir lo último y lo primero’. Lo primero para Nietzsche son los sentidos porque es lo más cercano que tenemos a la auténtica realidad. Los filósofos confunden lo último y lo primero porque ponen a los sentidos en último lugar, los menosprecian y los consideran engañosos.

Y toman como lo primero, como verdadero, lo que en realidad es lo último, lo inventando, lo falso: conceptos vacíos que ellos tratan con validez universal. Cuando filosofan parten de algo que deciden considerar superior y que por ello no puede haber sido origen de nada inferior ni de la nada, solo puede proceder de sí mismo. Ante esta determinante causalidad por la que se rigen, niegan ‘la procedencia desde algo distinto’. Para ellos todos los ‘valores supremos’, son causas de sí mismos (el Ser, el Bien, la Verdad) y son inmutables. La ficticia creación de estos valores se extiende hasta dar lugar al concepto ‘Dios’, que es el mayor alejamiento de la realidad: ‘lo más vacío es puesto como lo primero’.

Manifiesta en la conclusión Nietzsche con un tono exclamativo su descontento con la humanidad, que se ha creído todas las ficciones de los enfermos (enfermos por ser ‘absurdamente racionales’) y que además ‘lo ha pagado caro’, ya que se ha sumado a condenar los instintos y lo sensible.

5

Comienza Nietzsche criticando a los filósofos que consideraban que hay un error en el cambio, que oculta lo que ellos consideran verdadero. Hoy seguimos ‘enredados en las mallas del error’, porque nuestra cultura occidental es producto de aplicar la razón defendida por estos filósofos que despreciaban lo cambiante, la cual nos ha llevado a crear conceptos (unidad, identidad, permanencia…) sin los que no podríamos vivir porque nos hacen la vida más fácil. Por eso necesitamos la razón, aun sabiendo que es un error.

Compara esta confianza en el error (razón) que deriva en crear conceptos; con las recurrentes expresiones para referirse al movimiento del sol (el sol se pone, sale…) aunque sabemos que no describen la realidad, que el sol no gira a nuestro alrededor aunque esa sea la apariencia que nuestro ojo percibe.

Así, a través de la razón, caemos en el fetichismo del lenguaje: creamos conceptos y rendimos culto a ellos como si fueran lo único verdadero, cuando lo cierto es que no reflejan nada de la realidad, son solo ficciones inventadas cuyo fin es facilitarnos la vida.

De esta manera, empleamos siempre el concepto ‘yo’, pero en realidad cada vez que lo usamos no somos los mismos porque el mundo es puro devenir. En este sentido, también el término ‘cosa’ acota la realidad, ya que para todo nos sirve: un mismo término para realidades tan diferentes y diversas.

Por otra parte, el verbo ‘ser’, lo tenemos tan interiorizado que apenas podemos prescindir de ello. Nos llega desde los presocráticos: Parménides entendió el ‘ser’ como causa (ahí otro concepto inventado, con el que se pretende dar una explicación lógica a la realidad, que precisamente es caótica y carece de esta). Con Descartes también se comete este error: la concepción del ‘yo’ más ‘ser’ deriva en ‘Pienso, luego soy’ y términos como ‘facultad’ no reflejan nada vivo, nada real.

En la Ilustración se continúa por el mismo camino: la confianza en la razón y en que la Verdad no puede proceder de la realidad sensible, pues los sentidos nos engañan.

Otra de las ficciones derivadas de la metafísica es la creencia (apoyada por Platón, los pitagóricos y en la India) en la procedencia de un mundo divino (para ellos verdadero) al ser los únicos seres racionales. Incluso Demócrito, que al contrario de los eleatas, tenía una concepción materialista del ser humano, cayó en las redes el lenguaje depositando su confianza en el término ‘átomo’.

En conclusión, Nietzsche denuncia cómo la metafísica y la gramática, que son consecuencia del uso de la razón, nos imposibilitan librarnos de ‘Dios’. Es decir, librarnos de la religión, de los valores morales y de la falsa visión de la realidad que hemos inventado mediante el lenguaje y en la que tan ciegamente creemos.

 

6

Nietzsche en este aforismo expone cuatro tesis. Así, al mismo tiempo que aclara sus ideas, provoca contradicción: bien por usar el leguaje y afirmar que su fin es facilitar la comprensión, después de haber criticado al lenguaje y al raciocinio; o bien porque nuestra cultura podría ser contraria a su interpretación.

Así, en su primera tesis afirma que solo hay un único mundo verdadero, del único que podemos tener testimonio, gracias a los sentidos. Nada más allá del mundo sensible puede ser demostrado, por lo que sería una invención.

En su segunda tesis, denuncia el dualismo ontológico derivado de la metafísica. Los filósofos-momia (Sócrates, Platón…) han inventado mundos que han hecho pasar por verdaderos, ‘a partir de la contradicción con el mundo real’. Esto es: si el mundo real es devenir, crean un ‘mundo superior’ caracterizado por la estabilidad.

Continúa Nietzsche en su tercera tesis alegando la inutilidad de inventar estos mundos metafísicos, a no ser que estemos dominados por ‘un instinto de calumnia, de empequeñecimiento…’. Es decir, a no ser que estemos llenos de impulsos contrarios a la vida y queramos despreciarla, vengarnos de ella venerando un mundo inexistente e ignorando los estímulos reales que se nos presentan. Pero estos impulsos antivitalistas no son naturales, sino que son propios de quienes no pueden lidiar con la realidad cambiante por poseer una voluntad de poder débil.

En la cuarta proposición la idea principal es que mediante este dualismo ontológico en el que se toma al mundo verdadero por ‘aparente’ y al inventado como real, los filósofos y las religiones evidencian su decadencia.

Por último, el filósofo defiende a los artistas, porque aunque creen copias de la realidad aparente, no pretenden hacer de su interpretación un tirano como la metafísica hace con sus mundos. ‘El artista trágico no es ningún pesimista’ –nos dice. Quiere decir que no niega la vida ni la limita: el arte da cabida a múltiples interpretaciones y perspectivas, todas igual de verdaderas o falsas. El artista es creación, por eso dice ‘sí incluso a todo lo problemático’, porque acepta el fluir de nuestro mundo. El artista ‘es dionisíaco’, al contrario que los ‘absurdamente racionales’: representa la pasión, el desorden, el placer… 

Cómo el ‘mundo verdadero’ acabó convirtiéndose en una fábula

Historia de un error

1

‘El mundo verdadero, alcanzable para el sabio, el piadoso…’ (l.1) del que habla Platón no es en realidad verdadero, sino una mentira. Platón, con su dualismo ontológico y epistemológico distingue el mundo de las Ideas del sensible. Este mundo inteligible compuesto por las Ideas estables y eternas ofrece para él, al contrario que para Nietzsche, el verdadero conocimiento. Por eso, considerando Platón que ha visto la Verdad en aquel mundo ‘superior’ y que su educación, por haber estado orientada hacia este, ha sido adecuada, se proclamará guía y mentor para que todos sigan sus pasos. ‘Yo, Platón, soy la verdad’(l.4-5) –ironiza Nietzsche.  

2

El cristianismo también nos habla de un mundo ‘verdadero superior’: ha tomado el mundo de las Ideas de Platón gobernado por la Idea de Bien para transformarlo en el cielo gobernado por Dios. Así, se cristianiza el mundo de Platón, es el ‘progreso de la Idea’ (l.8), que se hace ‘más inaprensible, -se hace mujer’ (l.9) –nos dice Nietzsche desde su perspectiva misógina. La idea ‘se hace mujer’ porque el cristianismo convierte el mundo de las ideas en algo delicado, de difícil comprensión y con apariencia de Verdad pero sin ser más que un engaño, como son las mujeres para el filósofo.

3

El error continúa con Kant, que parece retomar el mundo inteligible platónico con su ‘noúmeno’, que se refiere a aquello que queda fuera del alcance de nuestros sentidos. Por eso es ‘inalcanzable, indemostrable…’ (l.10), pero en la medida en la que existe en nuestro pensamiento podemos consolarnos con él depositando en esa realidad nuestra seguridad y podemos hacer de ella ‘una obligación’, haciendo que nuestras acciones y pensamientos giren en torno a ella.

Parecía que Kant daba un paso en la dirección correcta al reconocer que todo lo que podemos conocer es a través de los sentidos, pero ‘la idea se ha hecho sublime, pálida, nórdica, königsberguense’ (l.14). Esto quiere decir que con su ‘noúmeno’ cae en el mismo error que Platón: hay una realidad superior a la sensible. La Idea se vuelve así königsberguense, como Kant.

4

Nietzsche nos habla a continuación del positivismo, una corriente filosófica con la que por fin los sentidos vuelven a considerarse importantes y fuente de verdad y que no cree en un mundo más allá de la experiencia sensible. No tiene sentido para esta corriente la moral y conjunto de obligaciones que han derivado de mundos desconocidos como el platónico o el cielo cristiano: ‘?a qué podría obligarnos algo desconocido?’ (l.17-18) No obstante, aunque el positivismo se aleje así de la tiranía de la razón, no deja de emplearla, lo que Nietzsche considera un error, ya que el positivismo confía en el método científico, y la ciencia no es más que otro instrumento de la razón para intentar hacer de la realidad algo comprensible y generar leyes con pretensión de universalidad.

5

Una vez Occidente haya reparado en que ha estado venerando un mundo falso, inútil y que por tanto, ‘ni siquiera es ya obligante’ –porque nadie actúa acorde a él dada su falsedad-, su reacción será destruirlo (nihilismo activo), eliminando los valores que imponía.

A continuación tendrá la llegada del ‘día claro’, del nuevo día con nuevos valores, alejados del platonismo y elaborados por ‘espíritus libres’, hombres creativos dotados de una fuerte voluntad de poder.

6

Una vez nos hemos desecho del mundo ‘verdadero’ de Platón de modo definitivo, ‘¿qué mundo ha quedado? ¿quizá el aparente?’ (l.27) se pregunta Nietzsche. Ni mundo verdadero ni mundo aparente sino una realidad ante la que caben múltiples interpretaciones igual de válidas: ‘¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente¡’ (l.28-29).

Llega el fin de la decadencia, el ‘final del error más duradero’ (l.30-31), llega el superhombre, ilustrado en la obra ‘Así habló Zaratustra’. Este es creador de sus propios valores, no hay nada que le imponga una moral ni él impone a nadie la suya. El superhombre es libertad. Él es el Dios de su mundo.

La moral como contranaturaleza

1

Las pasiones se presentan, al principio, rebeldes, estúpidas, ‘tiran de sus víctimas hacia abajo’ (l.2-3); pero con una voluntad de poder fuerte se pueden llegar a dominar y aprovechar. En esta segunda etapa, ‘las pasiones se casan con el espíritu’(l.4) –dice Nietzsche. Pero no contemplando esta segunda posibilidad, hace tiempo, se declaró la guerra a las pasiones, pensando que la única solución ante la incapacidad de controlarlas era aniquilarlas.

El cristianismo es sin duda el principal culpable de esta lucha encarnada contra las pasiones. Nietzsche afirma que: ‘en el Nuevo Testamento, en aquel Sermón de la Montaña en que (…) a las cosas no se las considera (…) desde lo alto’ (l.9-11). Quiere decir que aunque Jesucristo estuviera en una posición alta en la montaña no habló de nada ‘alto’ ni a nadie ‘alto, sino a su crédulo rebaño de seguidores. ‘Si tu ojo escandaliza, arráncalo’ (l.10) –difundía así Jesucristo el remedio de aniquilar las pasiones. Y se buscaba con ello ‘prevenir su estupidez y las consecuencias desagradables’ (l.14-15) por no poder controlarlas y temer que estas sean las que tomen el control de uno, pero resulta que erradicarlas es la verdadera ‘forma aguda de estupidez’.

El cristianismo alude a este remedio tan estúpido y radical porque es incapaz de concebir la ‘espiritualización de la pasión’, es incapaz de dominarlas. Por eso, la Iglesia fue en contra de los que poseían una fuerte voluntad de poder y en favor de aquellos cuya voluntad de poder era débil. Por tanto, si fue en contra de los inteligentes: ‘¿cómo (…) esperar de ella una guerra inteligente contra la pasión?’ Su ‘cura’ significa atentar contra la vida misma, es ‘el castradismo’: condenar las pasiones y apetitos. Así, Nietzsche concluye: ‘la praxis de la Iglesia es hostil a la vida…’ (l.30).

2

Comienza Nietzsche aludiendo a la castración y al exterminio, para referirse a la radical represión de los instintos por parte de quienes tienen una débil voluntad de poder y no se enfrentan a dichos impulsos porque se ven incapaces de controlarlos y temen que estos acaben controlándoles a ellos. Como ejemplo menciona a la Trapa, una orden de monjes que vivían aislados del mundo terrenal.

Esta clase de ‘medios radicales’ (l.7) solo son empleados por ‘degenerados’, débiles que no saben reaccionar ante las pasiones. En este sentido, la iracunda lucha contra la sensibilidad (protagonizada por la religión tan criticada por Nietzsche) simplemente reflejaría la incapacidad de controlar el impulso sexual y el miedo a sucumbir ante él.

Así, quien más ha condenado a los sentidos han sido ‘ascetas imposibles’ (l.19) que nunca podrán alcanzar esa perfección a la que aspiran precisamente por despreciar lo sensible, por tener una voluntad de poder débil.

3

Comienza Nietzsche con la espiritualización de las pasiones, como medio para dignificarlas y dejarlas libres, hay que vivir aprovechándolas. ‘La espiritualización de la sensualidad se llama amor: ella es un gran triunfo sobre el cristianismo’ (l.1-2), el cual condena al erotismo, impone el amor a Dios y a los demás como obligación y no entiende de espiritualizar las pasiones. Por eso tampoco puede entender la ‘espiritualización de la enemistad’: mientras la Iglesia desea acabar con sus enemigos, aquellos que tienen una voluntad de poder fuerte se recrean en ellos, porque suponen una fuente de fuerzas contra las que nadar contracorriente e incrementar así su voluntad de poder. Por eso Nietzsche ve ‘provecho en que la Iglesia subsista’, es un enemigo que le hace crecer. También esto es aplicable a la política: ‘solo en la antítesis se siente necesario’ (l.15), solo en los partidos opuestos se encuentra el incentivo necesario para luchar. ‘Solo se es fecundo al precio de ser rico en antítesis’. Esto quiere decir que solamente nuestra voluntad de poder podrá crecer mientras estemos activos, luchando contra algo; pues en cuando encontramos la ‘paz del alma’ tan perseguida por el cristianismo, nos convertimos en seres pasivos y acomodados (no crece nuestra voluntad de poder). A continuación pone Nietzsche varios ejemplos de situaciones que puedan conducir a una ‘paz de alma’: un pintor que por fin acaba su obra, la comprensión algo ‘tras una tensión y tortura prolongadas’ (l.39), la satisfacción tras saciar un capricho, ‘una digestión feliz’… La ‘paz de alma’ significa descanso y rendición, pues la vida es lucha.

4

La idea principal de este párrafo es la distinción entre dos tipos de moral: una sana y otra que va contra la naturaleza.

Nietzsche nos dice que en una moral sana y natural es aquella que obedece la voz de los instintos; mientras que ‘casi toda moral que hasta ahora se ha enseñado’ (l.6-7) es antinatural, ya que condena los instintos en favor de unas normas que nos dicen qué hacer o qué no, qué está bien y qué está mal. Así, siguiendo una moral ‘contra los instintos de la vida’ estamos matando a esta última.

Cuando cedemos nuestra voluntad a la moral, especialmente a la moral cristiana, que ‘dice no a los apetitos’, estamos despreciando la vida. Dios, que se presenta entonces como enemigo de la vida, ‘tiene su complacencia en el castrado ideal’ (l.12), en el que reprime sus instintos hasta tal punto que se convierte en un muerto en vida. Por eso, Nietzsche concluye: ‘La vida acaba donde comienza “el reino de Dios”…’.

5

La idea principal de este párrafo es el problema de juzgar la vida, cosa que parte de la razón y ‘encarcela’ y simplifica la realidad. Las valoraciones no deben ser racionales, sino intuitivas.

Tras haber expuesto su crítica a la moral cristiana, nos dice que su ‘rebelión contra la vida’ es ‘inútil, ilusoria, absurda…’ (l.4). Quien vive y reprime sus instintos, es decir, condena su vida, solamente muestra un síntoma de cuán débil es su voluntad de poder.

La moral es inútil, ya que toda valoración de la vida, para que fuera objetiva, tendría que hacerse desde una posición externa a la vida, conociéndola tanto como los que la viven. Pero eso es imposible, al menos para nosotros, puesto que no podemos evitar emitir de juicios sobre la vida desde un filtro subjetivo del que nunca nos podremos desprender.

La moral antinatural nos aleja más aún de la realidad cuando hace a Dios un tirano de sus valores. El rebaño actúa en consecuencia reprimiendo todo instinto, demostrando su decadencia. Representan ‘la vida descendente, debilitada, cansada, condenada’ (l.19-20). Están frustrados, no saben vivir la vida y por eso la niegan, como Schopenhauer, quien responde con un ‘¡perece!’ ante todo impulso natural.

6

La idea principal es la crítica al moralista que impone su ética como si fuera la única válida, coartando así la libertad.

La moral nos condena y nos limita, viene a decir Nietzsche, ignora ‘la riqueza fascinante de tipos’ (l.3) de la realidad que cambia constantemente, con sus normas unívocas que nos obligan a comportarnos de un modo u otro, a ‘ser de tal y tal manera’.

Nietzsche caricaturiza al moralista: es un ‘mezquino holgazán’ que extiende sus normas a todos, ignorando los instintos y la individualidad que nos caracteriza. Así, los moralistas niegan la vida, y pretenden que el ser humano siga sus pasos: ‘lo han querido a su imagen, a saber, como un mojigato’ (l.15). Además son inmodestos, pues creen que su moral (‘idiosincrasia-de-degenerados’) es la única válida y no aceptan las múltiples perspectivas de las cosas.

En contraposición ‘nosotros los inmoralistas, hemos hecho (…) más extenso nuestro corazón’ (l.21-22) para aceptar cualquier perspectiva como válida. Los inmoralistas pueden serlo porque poseen una voluntad de poder fuerte, buscan ‘honor en ser afirmadores’. Es decir, en gritar sí a la vida y no imponer nada a nadie, porque cada quien es libre para crear sus valores. Saben aprovechar sus impulsos, que son ‘todo lo que rechaza el (…) sacerdote, todo lo que rechaza la razón…’ (l.26-27). Los inmoralistas obtienen beneficio incluso de sus enemigos (moralistas y sacerdotes), beneficio que se halla en ellos mismos porque se trata del aumento de su voluntad de poder.

Los “mejoradores” de la humanidad

1

La idea principal que se desarrolla en este fragmento es el juicio moral como síntoma.

Empieza Nietzsche señalando su tesis: el filósofo debería de ‘ponerse más allá del bien y del mal’ (l.1-2) -al mismo tiempo hace alusión a su obra ‘Más allá del bien y del mal’-.

Nos dice que ‘no existen en absoluto hechos morales’. Esto es: la moral, la cultura, son algo antinatural, sobreañadido a nuestra vida, que tiene en común con la religión la creencia en realidades que no existen, pues no hay nada malo ni bueno en realidad, solo es una interpretación. ‘La moral no es más que una interpretación (…) una mala interpretación’ (l.6-7), ya que nos hace creer en verdades que no existen y las impone para que nuestras acciones giren en torno a ellas. Por eso afirma: ‘El juicio moral (…) no se ha de tomar al pie de la letra (…) lo único que contiene es absurdidad’ (l.12-13).

Por otra parte, los seguidores de la moral, la única realidad que revelan es su decadencia, su débil voluntad de poder. Se unen al rebaño porque ‘no sabían lo bastante para “entenderse”’ a sí mismos, necesitaban de un lenguaje moral que orientara sus vidas porque ellos no podían hacerlo por sí mismos.

La moral es un enemigo contra el que luchar ‘para sacar provecho de ella’, para aumentar la voluntad de poder.

2

El tema principal que el texto desarrolla es la crítica a la moral cristiana.

La moral se nos ha presentado, desde el principio de los tiempos, como una herramienta para ‘”mejorar” a los seres humanos’ (l.2). Pero en este proceso llamado moral encontramos dos tendencias: la moral de la cría, que es más sana y positiva; y la moral de la ‘doma de la bestia ser humano’ (l.4-5). Nietzsche en este aforismo critica la segunda, encarnada por el cristianismo:

‘Llamar a la doma de un animal su “mejoramiento” (l.9) es a nuestros oídos casi una broma’. Quien sabe que los instintos son el elemento fundamental de toda vida, de todo ser, se dará cuenta de que amansar a la fiera y arrebatarle sus instintos es debilitarla. Si aplicamos esto al ser humano, es deshumanizarlo. Además, en este proceso de ‘mejoramiento’, se doma a la bestia ‘con el afecto depresivo del miedo, con dolor, con heridas…’ (l.12-13), es decir, con nada positivo, sino perpetua condena de instintos.

¿Cómo se convierte la ‘bestia rubia’ –vikingo apasionado con una fuerte voluntad de poder- en una ‘bestia enfermiza’? Mediante el cristianismo. La Iglesia convierte al ser humano en ‘una monstruosidad (…) en un “pecador”’ (l.20-21), privado de libertad y arrepintiéndose por sentir pulsiones de vida, condenándose a sepultarlas, a reprimir el componente esencial del ser humano que son los instintos, ante el miedo a ‘conceptos (…) terribles’, como ‘pecado’ o ‘infierno’.

En la conclusión Nietzsche nos cuenta que a pesar de haber hecho del ser humano un enfermo al arrebatarle lo más vital, la Iglesia ‘reclamó haberlo mejorado’ (l.26).

3

La moral de la cría la protagoniza la religión india con la ‘Ley de Manú’. A continuación Nietzsche argumentará en favor y después en contra de ella:

Esta religión plantea la división de la sociedad en cuatro razas o castas: sacerdotes, guerreros, comerciantes y agricultores y criados. Para Nietzsche esta moral es más digna, más sana que la moral de la doma cristiana, porque respeta una jerarquía y la propia naturaleza, aunque no de forma artificial, también las presenta.

Sin embargo, ‘también esta organización tenía necesidad de ser terrible’ (l.13), pues ante la obsesión de mantener la pureza de sangre entre las castas mencionadas, un individuo fruto ‘de adulterio, incesto y crimen’ (l.36-37), es decir, cuyos progenitores fueran de dos razas diferentes, era cruelmente castigado. Se les conocía con el nombre de chandalas.

Nietzsche hace una lista de las muchas prohibiciones y castigos que sufrían los chandalas: solo podían comer ajo y cebollas, y beber agua de ‘charcos y de los agujeros producidos por las pisadas de los animales’ (l.26); se les prohibía lavarse y ayudarse unas a otras en los partos; sufrían mutilación genital; solo podían vestir ropa de cadáveres y escribir con la izquierda y de derecha a izquierda.

Las consecuencias son ‘epidemias mortíferas, enfermedades sexuales horribles…’(l.33).

En definitiva, la tesis de este aforismo es que aunque Manú ‘huela mejor’ que el Nuevo Testamento (la moral de cría es más sana que la de doma), tanto una religión como la otra resultan un añadido, algo artificial que condena los instintos y que busca imponerse sin dejar cabida a ninguna otra perspectiva de la realidad.

4

En este aforismo Nietzsche comprara la moral india y la cristiana.

La primera representa a la ‘humanidad aria, totalmente pura’ (l.2), ya que exalta la importancia de la pureza de sangre. Califica a los indios de arios porque para él su moral es superior, más sana. Pero por otra parte, condenar a los chandalas es un error porque puede derivar en la rebelión de los débiles que imponen una moral diferente, que es lo que ocurrió con el cristianismo.

La moral cristiana, de origen judío, es incapaz de concebir la moral de la cría, ya que elimina toda jerarquía, ‘es la religión antiaria par excellence: (…) es la transvaloración de todos los valores arios, la victoria de los valores-chandalas…’ (l.11-12). En resumen, la victoria de los débiles, de los resentidos de la vida. Y aun así se proclama ‘como religión del amor…’ (l.15).

5

En este aforismo Nietzsche concluye su crítica a toda la moral, a todos los que se han proclamado ‘mejoradores de la humanidad’.

En primer lugar, si retomamos las morales de la cría y de la doma que ya hemos expuesto, ambas tienen en común que se imponen como únicas y obligatorias y que no mejoran sino empobrecen a la humanidad. Nos quieren hacer creer que predican la verdad desde la propia mentira, ya que cuando ponen etiquetas como ‘malo’ o ‘bueno’ no hacen referencia a nada real. Son una ficción, no la verdad que dicen ser. Muchas de estas mentiras pueden ser piadosas, una convención para facilitarnos la vida; pero no por ello nos mejoran.

Todos los que han intentado imponer su moral (Manú, Platón, judíos, cristianos…) lo han hecho, por tanto, desde la mentira. Por eso Nietzsche concluye: ‘todos los medios con que hasta ahora se quería hacer moral a la humanidad eran radicalmente inmorales’ (l.12-14). Es decir, no reflejan nada real (son una ficción de la razón, del lenguaje) y se proclaman ser lo único verdadero, lo único correcto, y por tanto, de obligatorio cumplimiento.




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