DISERTACIONES DESCARTES.
Método y Verdad
¿Existe un método que nos
conduzca a la Verdad? ¿Qué es el método y qué importancia tiene en la Filosofía
cartesiana? ¿Por qué Descartes rechaza los métodos del álgebra, de la geometría
y de la lógica? A continuación se detallará el objetivo de la Filosofía de
Descartes, así como su método para alcanzar la Verdad y cómo llega al primer
principio indubitable.
En contra del escepticismo que
imperaba en el siglo XVII, Descartes cree que la Verdad absoluta existe (igual
que Platón) y precisamente alcanzarla constituye el objetivo de su Filosofía.
Pretende hallar una explicación GLOBAL del mundo, un nuevo proyecto
filosófico-científico que sustituya a la escolástica aristotélica. Como la base
de toda visión del mundo es filosófica, metafísica, intentará que estos
cimientos sean firmes y seguros.
¿Pero cómo encontrar la Verdad?
El primer paso es revisarlo todo, ponerlo todo en duda, puesto que la duda es
el camino hacia la Verdad, ya que aquello que sea indubitable ha de ser
verdadero. No obstante, para dirigir bien la razón desde el principio de la
búsqueda, es necesario emplear el método adecuado, para no pisar en falso.
Elige así Descartes un método basado en el de las matemáticas, el cual le
permitirá encontrar la Verdad.
Además, como racionalista,
Descartes defiende que la razón, común en todos los hombres, es la fuente del
conocimiento, cuyas operaciones naturales son la intuición y la deducción. Por
eso, después de observar todas las distintas opiniones y costumbres que solo
alimentaron su incertidumbre, se decide a estudiar en sí mismo y pone a examen
su propia razón, por lo que se le considera el padre de la Filosofía moderna.
A continuación cabe preguntarse:
¿por qué un método matemático y no otros? Pues bien, antes de decidirse,
nuestro filósofo considera el método del álgebra, el de la lógica y el de la
geometría (así nos lo cuenta en la II Parte del ‘Discurso del método’). El
primero lo rechaza por ser el álgebra una materia muy confusa con demasiadas
reglas. El segundo resulta que solo atiende a la forma correcta de los
razonamientos, pero no amplía el conocimiento. Y el tercero no es válido por
ser la geometría una materia demasiado abstracta. Por lo tanto, escoge el
método matemático porque, comprendiendo las ventajas de los tres, está exento
de sus fallos.
¿Qué entendemos por método?
Descartes define el método como ‘una serie de reglas ciertas y fáciles, tales
que aquel que las observe no tome nunca algo falso por verdadero y llegue a la
comprensión de todas las cosas que no sobrepasen su capacidad’.
En lugar de tantísimos preceptos como
tiene la lógica, Descartes cree tener bastante con cuatro. Así, las reglas del
método son las siguientes:
La primera, la regla de la
evidencia, consiste en no tomar ninguna cosa como verdadera que no se conozca evidentemente
como tal; evitando la precipitación y la prevención, y aceptando tan solo
aquello que se presente tan clara y distintamente al entendimiento que sea
imposible dudar de ello.
La segunda regla es la regla del
análisis (análisis significa división) y defiende la necesidad de dividir
cualquier dificulta en tantas partes como sea posible y necesario con el fin de
resolverlas mejor.
La tercera regla, la de la
síntesis trata sobre conducir por orden los pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco hasta
el conocimiento de los más complejos.
La última regla, la de la
enumeración y sinopsis, consiste en hacer recapitulaciones tan completas y
revisiones tan generales para asegurarse de que no se ha omitido nada.
¿Cuándo comienza Descartes a
aplicar el método? Cuando empieza la búsqueda de la Verdad, que arranca con la
duda, pues es necesario dudar de todo lo aprendido y tomar como falso todo lo
que despierte la más mínima duda, pare ver si después de dicho proceso queda
algo firme e indudable, una primera Verdad. Para ello pasa por tres niveles de
duda:
Primero cuestiona la fiabilidad
de los sentidos (como ya hizo el filósofo griego presocrático Parménides de
Elea y posteriormente Platón), porque nos engañan en ocasiones, por lo que no
se aceptan como datos indudables los procedentes de los sentidos.
En el segundo nivel de duda es la
confusión entre el sueño y la vigilia. Podemos creer estar despiertos, pero eso
no es absolutamente evidente, pues podríamos estar soñando, ya que en los
sueños se tienen sentimientos y experiencias idénticos a los que tenemos despiertos.
El tercer nivel de duda es la
duda hiperbólica. ¿Puedo estar seguro de las verdades matemáticas? –se pregunta
Descartes. Tampoco, porque podría haber un Genio Maligno que se dedique a
engañar haciéndonos tomar las deducciones matemáticas por verdadera.
Tras ponerlo todo en duda, queda
una Verdad irrefutable: pienso, luego soy (cogito, ergo sum). Es el principio
sólido de la Filosofía que buscaba, para construir a partir de él
deductivamente el edificio unitario del saber. Y es que después de pensar que
todo era falso, ‘se deducía necesariamente que yo que lo pensaba, fuese algo’
–nos dice. Esta Verdad, además de ser tan firme que ni los escépticos la podían
refutar, se convierte en el criterio de certeza (claridad y distinción).
A partir de entonces todo lo que
sea intuido clara y distintamente será verdadero, pero podemos confiar en este
criterio de Verdad gracias a la existencia de Dios. Este, que representa la
bondad y perfección infinitas, no puede ser engañador, por lo que si percibo la
realidad extramental clara y distintamente, no puedo dudar de su existencia.
En conclusión, método y Verdad en
la Filosofía cartesiana no pueden entenderse el uno sin el otro, porque
Descartes, que piensa que la Verdad existe y se dispone a encontrarla, necesita
servirse de un método adecuado (inspirado en la matemática) para orientar
rectamente su razón y alcanzar la Verdad. El método se compone de cuatro
reglas: evidencia (solo tomamos como verdadero aquello evidente que no
despierte dudas), análisis (dividir lo complejo en partes simples), síntesis
(conocer primero lo simple y ascender poco a poco al conocimiento de lo
complejo), y enumeración (comprobar que todo está completo y sin fallos). La
aplicación del método, comienza con la duda, que punto de partida en el camino
a la Verdad. Así, dudando de todo llega al primer principio indudable: pienso,
luego soy.
Después de haber analizado el
método de Descartes, que es deductivo como el matemático, podemos plantearnos:
¿acaso el método inductivo que emplea el empirismo no nos ha servido también
para ampliar nuestro conocimiento?
Método y razón
¿Por qué es tan importante la
razón en el método de Descartes?
¿Hacemos todos un buen uso de la razón? En el ‘Discurso del método’
nuestro filósofo expone una serie de reglas para la dirección de la mente, para
orientar correctamente la razón. A continuación, partiendo del contexto de
crisis del siglo XVII, expondremos la necesidad del método y los supuestos
racionalistas en que se basaba Descartes.
El contexto histórico en que
vivió Descartes, el siglo XVII, puede definirse como una etapa de crisis en
todos los sentidos: entra en crisis el Antiguo Régimen (a causa de los nuevos
conocimientos geográficos y al auge burgués), hay una crisis religiosa (la
Reforma y la Contrarreforma dividen Europa), la escolástica aristotélica
medieval entra en crisis también (se alza una Nueva Ciencia de carácter
antropocéntrico).
Este contexto de crisis conduce a
la duda y a la incertidumbre, al deseo de hallar algo estable entre tanta
inestabilidad, al anhelo de encontrar la Verdad que se convierte en el objetivo
de la Filosofía de Descartes, con el fin de construir una explicación
filosófica-científica y GLOBAL del mundo.
Como principal representante del
Racionalismo, Descartes confía en la razón para alcanzar la Verdad. Para él, la
razón es una ‘luz natural’ común en todo ser humano, por lo que defiende igual
que Platón el innatismo del conocimiento.
Sin embargo, ¿todos hacemos un
buen uso de la razón? No, pues aunque la razón entendida como facultad para
juzgar adecuadamente y distinguir lo verdadero de lo falso sea inherente a todo
individuo, cada uno posee facultades intelectuales diferentes, por lo que
quienes posean menos, tendrán más dificultades para descubrir verdades. En
segundo lugar, para un buen uso de la razón hay que contar con un método
adecuado (Descartes comparte en el ‘Discurso del método’ cómo su método, que
está inspirado en las matemáticas, por la certeza que presenta esta materia, le
ha dado buen resultado) y es menester que la razón dirija las pasiones para que
estas últimas no cieguen a la primera (teoría de las pasiones estoica y
platónica).
¿Pero cómo conocemos? El
Racionalismo (Descartes) afirma que los principios del conocimiento son las
ideas innatas, generadas solamente por la propia razón. Descartes distingue
entre ideas innatas, adventicias y facticias. Las ideas adventicias (que
provienen de la realidad sensible) no son fiables porque los sentidos son
engañosos (como diría el filósofo presocrático Parménides). Y las facticias
(inventadas por nuestra mente) tampoco resultan fiables.
Cabe señalar que se posee una
predisposición natural para formar ideas innatas, pero estas no están acabadas
en la mente de un niño, por lo que necesitan de alguna experiencia como factor
activador que torne conscientes estas ideas que posee el pensamiento, la razón
en sí misma.
¿Hay alguna idea innata a
destacar en la Filosofía cartesiana? Una idea innata fundamental es la idea de
infinito. ‘Esta idea no puede haber sido puesta en mí por mí, que soy finito,
sino por un ser infinito’- se dice Descartes. Luego, ese ser infinito es Dios,
que al poseer una bondad infinita, no puede ser engañador, lo que implica que
lo que se percibe clara y distintamente será verdadero. Dios se convierte así
en la garantía del criterio de Verdad, del conocimiento.
Descartes, en su búsqueda de la
Verdad, nada más comenzar a aplicar el método está poniendo a examen su razón
(por esto se le considera el padre de la Filosofía moderna). El primer paso es
la duda. Decide dudar de todo lo aprendido, incluso de los razonamientos
matemáticos en los que siempre había creído, puesto que los hombres se
equivocan al razonar involuntariamente, ‘cometen paralogismos’, por lo que él
podría también estar equivocado. Derriba así el edificio del conocimiento para
edificar uno nuevo sobre bases sólidas (metafísicas, filosóficas) guiado por el
método adecuado.
¿Pero qué entendemos por método?
Descartes lo define como ‘una serie de reglas ciertas y fáciles, tales que
aquel que las observe no tome nunca algo falso por verdadero y llegue a la
comprensión de todas las cosas que no sobrepasen su capacidad’.
¿Cuáles son esas reglas?
La primera, la regla de la
evidencia, consiste en no tomar ninguna cosa como verdadera que no se conozca
evidentemente como tal; evitando la precipitación y la prevención, y aceptando
tan solo aquello que se presente tan clara y distintamente al entendimiento que
sea imposible dudar de ello.
La segunda regla es la regla del
análisis (análisis significa división) y defiende la necesidad de dividir
cualquier dificulta en tantas partes como sea posible y necesario con el fin de
resolverlas mejor.
La tercera regla, la de la
síntesis trata sobre conducir por orden los pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco hasta
el conocimiento de los más complejos.
La última regla, la de la
enumeración y sinopsis, consiste en hacer recapitulaciones tan completas y
revisiones tan generales para asegurarse de que no se ha omitido nada.
Así, aplicando este método
deductivo, Descartes se muestra orgulloso de haber podido descubrir verdades,
siempre a través de las dos operaciones naturales de la razón: la intuición y
la deducción. La intuición es un acto del entendimiento que no deja duda alguna
sobre lo comprendido. La deducción es una especie de intuición sucesiva que
para que sea válida deben de ser evidentes, tanto su principio como sus pasos.
En conclusión, método y razón en
la Filosofía cartesiana no se pueden entender el uno sin el otro, ya que el
método de Descartes, inspirado en las matemáticas, necesita exclusivamente de
la razón para poder ser aplicado. Como racionalista, nuestro filósofo defiende
la existencia de ideas innatas (generadas por la razón) como principios del
conocimiento. Así, en su camino hacia la Verdad, emplea su método deductivo,
compuesto por cuatro reglas: evidencia (solo tomamos como verdadero aquello
evidente que no despierte dudas), análisis (dividir lo complejo en partes
simples), síntesis (conocer primero lo simple y ascender poco a poco al
conocimiento de lo complejo), y enumeración (comprobar que todo está completo y
sin fallos).
Por último, tras haber visto la
importancia de la razón en el método cartesiano, ¿no es cierto que también los
sentidos nos acercan a conocer nuestro mundo con Verdad?
Las tres sustancias en
Descartes: Dios, pensamiento y extensión
¿Qué entendemos por sustancia en
la Filosofía de Descartes? ¿Cómo podemos
conocer las sustancias? ¿Qué papel tiene Dios como la más perfecta de ellas? A
continuación detallaremos cómo en su camino hacia la Verdad, nuestro filósofo
va descubriendo cada una de las tres sustancias y explicaremos qué las
caracteriza.
Descartes se propone conformar
una explicación GLOBAL del mundo, un nuevo proyecto filosófico-científico que
sustituya a la Filosofía aristotélica. Como la base de toda visión del mundo es
filosófica, metafísica, intentará que estos cimientos sean firmes y seguros.
Inicia a su nuestro filósofo su
búsqueda de la Verdad. ¿Cuál es su punto de partida? Parte de la duda, pues
deberá, con la única ayuda de su razón, someterlo todo a duda para ver si
después queda algo incuestionable, que se convierta en la primera Verdad. Para
ello pasa por los siguientes niveles de duda:
Primero cuestiona la fiabilidad
de los sentidos (como ya hizo el filósofo griego presocrático Parménides de
Elea y posteriormente Platón), porque nos engañan en ocasiones, por lo que no
se aceptan como datos indudables los procedentes de los sentidos.
En el segundo nivel de duda es la
confusión entre el sueño y la vigilia. Podemos creer estar despiertos, pero eso
no es absolutamente evidente, pues podríamos estar soñando, ya que en los
sueños se tienen sentimientos y experiencias idénticos a los que tenemos
despiertos.
El tercer nivel de duda es la
duda hiperbólica. ¿Puedo estar seguro de las verdades matemáticas? –se pregunta
Descartes. Tampoco, porque podría haber un Genio Maligno que se dedique a
engañar haciéndonos tomar las deducciones matemáticas por verdadera. (Esta
hipótesis se encuentra en su obra más importante: ‘Meditaciones Metafísicas’).
Tras haber derribado así el
edificio del conocimiento, queda una base tan sólida que ni los escépticos
pueden refutar: la primera Verdad. Y es que tras haber pensado que todo era
falso, Descartes concluye que: ‘se deducía necesariamente que yo que lo pensaba
fuese algo’. Así, esta Verdad (pienso, luego soy) no solo se convertirá en el
criterio de certeza de la Filosofía cartesiana, sino que gracias a ella
descubre la primera sustancia, puesto que deduce ser pensamiento, una
‘sustancia pensante’ (res cogitans).
¿Por qué ‘pienso, luego soy’
constituye el criterio de certeza? Bien, pues como esta Verdad indubitable es
intuida evidentemente, es decir, clara y distintamente; todo lo percibido a
partir de entonces del mismo modo, será verdadero.
A continuación Descartes repara
en que todo lo que ve, oye, toca… lo percibe de forma clara y distinta. ¿Pero a
eso que percibe, que piensa, corresponde a algo exterior o solo está en el
pensamiento? Necesita que ‘algo’ garantice esa existencia del mundo exterior,
para salir de sí mismo, de sus pensamientos. Para salir del solipsismo.
Para descubrir si alguna de las
ideas que posee puede ayudarle a dar ese paso, las analiza, distinguiendo tres
tipos de ideas:
En primer lugar, las ideas
adventicias, que provienen de la realidad sensible, no son fiables porque los
sentidos son engañosos (como defendía el filósofo presocrático Parménides y
posteriormente Platón).
En segundo lugar, las ideas
facticias, al ser invenciones de nuestra mente, tampoco ayudan a salir del
solipsismo.
Por el contrario, sí que le
servirán para ello las ideas innatas, que están generadas por el entendimiento,
por la propia facultad de razonar.
Descartes identifica la idea de
infinito, que es innata, con Dios, que es quien le permite salir del
solipsismo. Para defender su existencia ofrece tres argumentos:
El primero defiende que la idea
de infinito debe tener una causa infinita, no finita como somos los seres
humanos, por lo que esa causa ha de ser Dios, que posee la cualidad de
infinito. Así, Dios es la segunda sustancia descubierta (res infinita).
El segundo sostiene que la idea
de perfección infinita, ha de haber sido causada por un ser perfecto, por Dios.
Y el tercero (argumento ontológico o de San Anselmo) defiende que Dios ha de
existir porque si no existiera, al faltarle la cualidad de la existencia, ya no
sería perfecto.
Dios, que no es engañador, puesto
que en todo engaño hay imperfección, es imposible que esté confundiendo a
Descartes acerca de lo que percibe clara y distintamente. Así, Dios se
convierte en la garantía del criterio de Verdad. Esto supone rechazar la
hipótesis del Genio Maligno y el descubrimiento de la tercera sustancia en la Filosofía
cartesiana: las extensión (cuerpo y mundo) o ‘res extensa’. Como Descartes
percibe su cuerpo con claridad y distinción, han de existir necesariamente.
Así Descartes ha descubierto las
tres sustancias: pensamiento (res cogitans), Dios (res infinita) y las cosas
materiales (res extensa). Solo podemos conocerlas por sus atributos. El de la
primera es el pensamiento; el de la segunda son la infinitud, la perfección y la
bondad; y el de la tercera es la extensión.
¿Pero qué entendemos por
sustancia? Nuestro filósofo la define como ‘aquello que no necesita de ninguna
otra cosa para existir’. Entonces, en sentido estricto, solo Dios sería
sustancia, puesto que las otras dos han sido causadas por él. Sin embargo, en
un sentido más laxo, entendemos que ‘res cogitans’ y ‘res extensa’ son
sustancias en tanto que no necesitan la una de la otra para existir.
Por otra parte, cabe señalar que
Descartes tiene una concepción mecanicista del mundo, ya que lo concibe como
una máquina, como un reloj creado por Dios a partir de materia inerte que ha
dotado de movimiento.
¿Es el mundo exterior tal y como
lo percibimos? Para responder a esto, Descartes distingue entre cualidades que
percibimos clara y distintamente, y que por tanto, ofrecen conocimiento
verdadero; y cualidades cualitativas que tan solo tienen validez subjetiva. Las
primeras son las cualidades primarias cuantificables, objetivas y reales, tales
como el volumen y el movimiento. Las otras son subjetivas, como el olor, el
color, el sonido…
En conclusión, las tres
sustancias en Descartes, por orden de descubrimiento, son el pensamiento (res
cogitans), Dios (res infinita) y mundo (res extensa). Solo podemos conocerlas a
partir de sus atributos: pensamiento; infinitud, bondad, perfección; y
extensión (respectivamente). Así, en este camino hacia la Verdad que parte de
la duda, Descartes confecciona su visión global del mundo partiendo del famoso
‘pienso, luego soy’.
Una vez hemos repasado las tres
sustancias en Descartes, podríamos preguntarnos: ¿son innatas las ideas de Dios
y de perfección? ¿O acaso son culturales?
Duda y criterio de Verdad en Descartes
¿Cómo nos puede conducir la duda
al criterio de Verdad en Descartes? ¿En qué se diferencia esta duda de la
escéptica? ¿Y en qué consiste dicho criterio de certeza? A continuación
explicaremos el camino que lleva a Descartes a encontrar la Verdad, pasando por
tres niveles de duda y llegando al ‘cogito ergo, sum’, que establece el criterio
de Verdad en su Filosofía.
El contexto histórico en que
vivió Descartes, el siglo XVII, puede definirse como una etapa de crisis en
todos los sentidos: entra en crisis el Antiguo Régimen (a causa de los nuevos
conocimientos geográficos y al auge burgués), hay una crisis religiosa (la
Reforma y la Contrarreforma dividen Europa), la escolástica aristotélica
medieval entra en crisis también (se alza una Nueva Ciencia de carácter
antropocéntrico).
Surge de esta manera la
incertidumbre, entre tanta inestabilidad y la necesidad de revisarlo todo. Por
si esto no fuera suficiente, también alimentarán las dudas de Descartes el
relativismo de las opiniones de los filósofos que estudió en la Flèche, así
como la diversidad de costumbres de los diferentes pueblos que descubrió en sus
viajes por ‘el gran libro del mundo’.
Después de viajar, viendo que no
había hallado nada seguro y firme, se resolvió a estudiar en sí mismo, pues
pensaba que tan solo con la ayuda de su razón podría alcanzar la Verdad –ya que
Descartes cree, al igual que Platón y en contraposición con el escepticismo
imperante en la época, que la Verdad absoluta existe y puede ser conocida-.
¿Pero para qué hallar la
Verdad? El objetivo de la Filosofía
cartesiana no es otro sino alcanzar la Verdad para construir a partir de ella
una explicación GLOBAL del mundo, un proyecto filosófico científico que
sustituya a la escolástica aristotélica que no había hecho más que confundirle
–por su educación en la Flèche-.
¿Por dónde empezar la búsqueda?
Primero debe de derribar todo el edificio del saber, debe dudar de todo lo
aprendido y juzgar como falso todo aquello que despertase en él la más remota
duda. Todo ello para ver si quedaba alguna Verdad indubitable que se
convirtiera en los cimientos del nuevo edificio del conocimiento, que se
edificará deductivamente, mediante la intuición y la deducción, que son las
operaciones naturales de la razón. Los cimientos que Descartes busca son
metafísicos, filosóficos, y han de ser seguros. Para hallarlos, el primer paso
es dudar de todo.
¿Pero es la duda metódica de
Descartes como la duda escéptica? No debemos confundirlas, ya que la primera es
transitoria y la segunda es permanente. Mientras Descartes cree que la Verdad
absoluta existe y una vez hallada, no tendría sentido dudar de ella; los
escépticos no creen que esta exista. Así, la duda escéptica es destructiva,
mientras que la duda metódica (radical y universal por abarcar todos los
ámbitos de los que es posible dudar) es constructiva porque supone en punto de
partida en el camino hacia la Verdad. Por último, la duda cartesiana es
teorética, solo aplicable al ámbito del conocimiento, no al de la acción,
porque la voluntad no puede privarse de actuar. De ahí la necesidad cartesiana
de diseñar unos mínimos morales para la vida cotidiana (moral provisional).
Descartes pasa por tres niveles
de duda:
Primero cuestiona la fiabilidad
de los sentidos (como ya hizo el filósofo griego presocrático Parménides de
Elea y posteriormente Platón), porque nos engañan en ocasiones, por lo que no
se aceptan como datos indudables los procedentes de los sentidos.
En el segundo nivel de duda es la
confusión entre el sueño y la vigilia. Podemos creer estar despiertos, pero eso
no es absolutamente evidente, pues podríamos estar soñando, ya que en los
sueños se tienen sentimientos y experiencias idénticos a los que tenemos
despiertos.
El tercer nivel de duda es la
duda hiperbólica. ¿Puedo estar seguro de las verdades matemáticas? –se pregunta
Descartes. Tampoco, porque podría haber un Genio Maligno que se dedique a
engañar haciéndonos tomar las deducciones matemáticas por verdadera.
Es preciso aclarar que estos
niveles de duda, resumidos a groso modo en la IV Parte del ‘Discurso del
método’, aparecen desarrollados en la obra más importante de Descartes,
‘Meditaciones metafísicas’, que es en la que aparece por primera vez la
hipótesis del Genio Maligno. Aun así en la IV Parte se insiste en dudar de la
razón: los hombres se equivocan accidentalmente en sus razonamientos, cometen
paralogismos (yo también puedo equivocarme, piensa Descartes con esa humildad
que comparte con Sócrates).
Pues bien, tras ponerlo todo en
duda, queda una Verdad irrefutable: pienso, luego soy (cogito, ergo sum). Es el
principio sólido de la Filosofía que buscaba. Y es que después de pensar que
todo era falso, ‘se deducía necesariamente que yo que lo pensaba, fuese algo’
–nos dice. Esta Verdad, además de ser tan firme que ni los escépticos la podían
refutar, se convierte en el criterio de
Verdad (claridad y distinción), del que Dios es garantía, ya que es tan
bondadoso que no podría tenernos engañados acerca de lo que percibimos clara y
distintamente, que por tanto, necesariamente ha de ser verdadero.
¿Y qué entendemos precisamente
por claridad y distinción? Descartes llama ‘claro’ al conocimiento que se
manifiesta de forma tan nítida como cuando decimos que vemos claramente los
objetos, estando nuestros ojos dispuestos a mirarlos. En segundo lugar, llama
‘distinto’ al conocimiento que es tan preciso y diferente de todos los demás
que no puede confundirse con otro.
Así, la duda le ha conducido a la
primera Verdad (pienso, luego soy); y por ende, le ha conducido también al criterio
de certeza, por ser esta Verdad clara y distinta.
En conclusión, la duda y el
criterio de Verdad en la Filosofía cartesiana van cogidos de la mano porque la
duda metódica y constructiva no es más que el punto de partida en el camino de
la Verdad. Así, pasa por tres niveles de duda, cuestionando: la fiabilidad de
los sentidos, la realidad (confusión sueño-vigilia) y las verdades matemáticas.
Queda sin embargo una Verdad irrefutable (pienso, luego soy) que resiste todas
las dudas y que se convierte en el criterio de Verdad de la Filosofía de
Descartes: claridad y distinción.
Por último, remitiéndonos a los
niveles de duda: ¿llegó Descartes a dudar realmente de las matemáticas en las
que tanto confiaba, considerando que su propio método es desde el principio,
matemático?
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