FILOSOFÍA. DESCARTES.
‘Morale par
provision’
Renato Descartes, padre de la
filosofía moderna por poner su propia razón a examen en su anhelo de
hallar la Verdad y una explicación global del mundo, tuvo la necesidad de crear
una ‘moral provisional’ para sí mismo, la cual le acompañaría en el camino del
conocimiento. ¿En qué consiste esta moral provisional? ¿Por qué es tan
importante en la filosofía de Descartes?
A continuación explicaremos las cuatro
máximas que componen la moral provisional que nuestro filósofo comparte en
la tercera parte del ‘Discurso del método’, así como su relevancia:
La moral provisional es un instrumento
metódico del que Descartes se sirve mientras busca unos cimientos firmes y
seguros en la filosofía, que es la base del edificio del conocimiento. Debe
derribar este último, para reconstruirlo después, siendo ya conocedor de la
Verdad. En este proceso, en el ámbito teórico, es capaz de aplicar la duda
metódica y abstenerse a juzgar. Pero en el ámbito práctico, la cualidad del
alma humana de actuar (la voluntad) no puede privarse de hacerlo. Y de ahí
deriva entonces su necesidad de construirse una moral provisional, una vivienda
‘donde poder estar cómodamente alojado’ mientras trabaja en la construcción del
edificio definitivo.
La moral provisional, compuesta de
cuatro mínimos morales, se califica con tal adjetivo porque es una herramienta
de la que Descartes se provee, no porque sean preceptos transitorios, ya
que se mostrarán como definitivos en el ‘Tratado de las pasiones’.
El primer principio consiste en
la sumisión a la religión católica y a las leyes y costumbres de su país, no
porque estén por encima de las de otros territorios, sino porque es más
práctico por seguir lo establecido en la zona en que vive y con el fin también
de evitar problemas sociopolíticos y religiosos. Así Descartes consigue la
tranquilidad de espíritu sin la que sería imposible buscar la Verdad.
Pero habiendo más de un camino, ¿cuál
escoger, aún en estado de incertidumbre? La respuesta de Descartes sería el
camino del centro, siguiendo así la teoría aristotélica del justo medio: se
busca la moderación, los extremos no son buenos. El camino medio, debido a su
equidistancia, en caso de ser erróneo estaría más cerca de la Verdad que los
extremos.
En esta moderación defiende también la
necesidad de eludir compromisos que aten nuestra libertad en el futuro, ya que
como todo cambia, lo que nos parece bueno hoy, podría ser horrible mañana, o
ser del mismo modo y que nuestra opinión no sea la misma que en el pasado,
cuando se hizo la promesa que ya no podemos cambiar.
A continuación, en la segunda
máxima, nuestro filósofo expone la necesidad de resolución y firmeza en sus
acciones. Para ello utiliza la analogía del bosque: si los viajeros que se
pierden en el bosque no cesan de andar de un sitio para otro, se paran un rato,
dan vueltas y vueltas… sin tomar la decisión de seguir un camino rectamente, no
llegarán a ningún sitio, pues siempre seguirán perdidos; mientras que si siguen
una única dirección, al menos llegarán a alguna parte. Y si se elige un camino
equivocado, ¿sería lógico sentir remordimientos? No, nada de arrepentirse, ya
que la elección se hizo con la mejor intención posible.
De esta manera, en el ámbito de la
acción, sí que se acepta lo que aparezca como probable aunque resulte ser un
error (porque no podemos dejar de actuar); no así en el ámbito teórico, en el
que mediante la razón se aprobará solo aquello ante lo que no quepan dudas
(claridad y distinción).
Pasamos a la tercera máxima, en
la que se aborda el tema del control de las pasiones por la razón. Descartes
hace alusión a los estoicos (antiguos filósofos griegos) y simpatiza con ellos
en la idea de no cambiar el orden del mundo, de no aspirar a metas imposibles,
sino aceptar los límites que la naturaleza establece. ¿Cómo impedir entonces
que los apetitos y deseos nos dominen y nos lleven a luchar por objetivos
inalcanzables, como a muchos les pasa? Mediante el ejercicio de la razón, ya
que nada está completamente en nuestro poder salvo el pensamiento. Por ello,
tras mucho tiempo reflexionando, Descartes comprende por qué no es lógico
desear, por ejemplo, ser libres si estamos presos, ya que no podemos cambiar
nuestra situación: lo único que podemos hacer –a través de la razón-, es
controlar nuestros deseos y no anhelar nada que esté fuera de nuestro alcance
–en este caso, la libertad-.
Los estoicos, nos cuenta el filósofo
francés, se consideraban más desdichados, ricos y felices que aquellos que
sentían que les faltaba algo porque su razón no había logrado tomar las riendas
de sus deseos y apetitos, los cuales se mostraban insaciables y tiranos.
Por último, en la cuarta máxima,
Descartes nos cuenta de primera mano en un tono autobiográfico que ha decidido
dedicar toda su vida a cultivar su razón y avanzar en el conocimiento de la
Verdad, siguiendo su método (método deductivo propio de las matemáticas); ya
que no había encontrado en ninguna otra cosa más satisfacción que en descubrir
verdades.
Da a entender que está orgulloso de
sus tres máximas anteriores, dado que aunque Dios le haya proporcionado ‘luz
natural’, capacidad de razonar, sin ellas, no habría podido dirigir sus
acciones cotidianas mientras se instruye su razón. No habría sido capaz de
limitar sus deseos ni de estar contento. Afirma que la voluntad actúa conforme
al entendimiento, que es el que marca si las cosas son buenas o malas. Por tanto,
habrá que ‘juzgar bien para obrar bien’, tal y como defendería Sócrates con su
intelectualismo moral. Hay que conocer lo mejor (el bien) para elegir las
mejores opciones (adquirir las virtudes) y poder ser feliz.
En conclusión: en su búsqueda de la Verdad,
como Descartes no puede suspender su voluntad, se ve obligado a inventar una moral
provisional que le servirá para orientarse en la vida cotidiana mientras su
razón trata de encontrar esos firmes cimientos para levantar el edificio del
conocimiento. Resume en cuatro preceptos sus mínimos morales. El primero es
obedecer las leyes de su país y seguir sus costumbres para lograr la
tranquilidad de espíritu, guiándose en sus elecciones por el justo medio
aristotélico –y no por los extremos-. La segunda norma consiste en ser firme y
decido en sus acciones, evitando la incertidumbre e inseguridad en el ámbito
práctico. La tercera norma, que enlaza con el estoicismo, destaca la necesidad
de que la razón controle los deseos y apetitos, pudiendo así adaptarlos a sus
posibilidades reales. En la cuarta norma nos habla de potenciar la razón, de la
importancia de conocer el bien para obrar bien (intelectualismo moral
socrático) y así ser feliz.
Tras el análisis de la moral
provisional de Descartes, ¿podría considerarse que estos preceptos creados con
el pretexto de orientar su voluntad significaron también orientar su razón, aun
cuando afirmaba dudar de todo?
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